Imagine, amigo lector, un puente de hierro de ferrocarril,
con una pasarela lateral para peatones de un metro de ancho. Un perro atravesando el
puente y un ciclista paleto detrás de él, achuchándolo para que le abra paso. Y
el perro, sintiéndose desprotegido, se coloca sobre la caja de la vía. Llega un
tren de mercancías y el perro, con el ruido de la locomotora sobre el puente, intenta salir y es pillado
por uno de los vagones, que le machaca la cabeza. El dueño del can, que pesca barbos
debajo del puente sobre el Jalón, nota que le cae sobre su camisa un chorro de
sangre. Pues bien, eso le pasó a mi perro Tarzán
y algo parecido le sucedió a Walter
Benjamín (pseudónimo de Walter
Bendix Schönflies Benjamín) aunque de otra manera. Benjamín fue un judío
intelectual alemán antiguo alumno de Wyneken
que, como señalaba ayer Ariane Díaz
en La Izquierda Diario, “fue
testigo en pocos años de una efímera república de Weimar carcomida por la crisis económica, tres intentos
revolucionarios fallidos y, finalmente el ascenso del nazismo.” (…) “Benjamín
no quiso hasta último momento abandonar París, donde vivía después de que le
hubieran quitado su nacionalidad alemana, a pesar de la insistencia de sus
amigos y colegas ya exiliados.” Ante las circunstancias adversas, es decir, el
avance del nazismo en Francia, Benjamín se instala en 1940 en el Hostal Francia de Portbou (Gerona) donde
se siente descubierto por la policía política al servicio del franquismo. A la
mañana siguiente, 27 de septiembre, aparece muerto en su triste habitación
abrazado a una maleta llena de apuntes, hoy perdidos. No quiso que pudieran
devolverlo a Francia y caer en manos de la Gestapo. Sus
compañeros de viaje ( Theodor Adorno,
Erich Fromm Henny Gurland…) que corrieron mejor suerte, pagaron el alquiler
del nicho 563 por cinco años, donde descansaron los restos del filósofo hasta
que, pasado ese quinquenio, fueron trasladados a la fosa común del cementerio
local. En el certificado de defunción figura el nombre de Benjamín Walter, fallecido a causa de
un aneurisma cerebral, lo posibilitó que un cementerio católico acogiese los
restos del pensador germano, evitando complicaciones burocráticas. En el
camposanto de Portbou hay un monumento en memoria del filósofo. Hoy, 27 de
septiembre, se cumplen 75 años de su trágica y misteriosa muerte. Con el espín
del otoño me apetecía recordar al filósofo alemán. También a mi fiel amigo.
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