Hasta el final del franquismo, tanto los tranvías como el
metropolitano de Madrid disponían de unos asientos reservados para los
“caballeros mutilados en guerra por la patria”. Se supone que eran asientos
reservados para los mutilados del lado franquista, de los que ganaron la
guerra. A los perdedores no se les concedieron derechos. También existía la
medalla de “Sufrimientos por la
Patria”, para aquellos heridos en combate, que por un decreto
de 15 de marzo de 1940 se cambió el diseño y se añadió la prisión o asesinato
en zona roja. Un decreto que volvió a ser modificado en 1941 y en 1975 hasta
ser derogado el 19 de julio de 1989 por
ley 17/1989; y en 2003 se derogó el decreto de 1975 por Real Decreto 1040/2003.
Había varias clases: herido por fuego
enemigo; herido por cualquier otra causa; familiares de fallecidos en campaña:
prisioneros de guerra; prisioneros en zona roja; extranjeros; heridos en tiempo
de paz; prisioneros en zona roja, etc. Sólo cambiaba el color de las cintas. El
hecho es que desde su creación por Fernando
VII el 6 de noviembre de 1814, hubo siete modificaciones hasta su
derogación definitiva. Este es un país donde ha habido lluvia de medallas y de
condecoraciones para que los militares las lucieran hasta en la bragueta. Eduardo
Palomar Baró narra, por ejemplo, cómo se concedió a Franco la Gran
Cruz Laureada de San Fernando: “El 19 de mayo de 1939, antes
de iniciarse el primer Desfile de la Victoria -descrito como ‘entrada oficial de
Franco en Madrid’, según orden dada por Serrano
Suñer- que se iba a celebrar en el madrileño Paseo de la Castellana, el general Francisco Gómez Jordana, dio lectura al
Decreto por el cual se concedía al Caudillo la Gran Cruz Laureada de
San Fernando. Tras la lectura, el bilaureado general José Enrique Varela Iglesias, después de unas palabras, impuso a
Franco la máxima condecoración al valor militar que le había concedido el
gobierno, con la firma de su ministro de Defensa y su vicepresidente, al
hacerse eco de tres iniciativas: la del rey don Alfonso XIII, en su condición de antiguo Gran Maestre de las
Órdenes Militares; y el Ayuntamiento de Madrid, en acuerdo que elevó al
gobierno y el Capítulo de la
Orden de San Fernando, integrado por todos los caballeros
laureados bajo la presidencia del propio Varela”. Al día siguiente, el diario ABC de Madrid, el de los Luca de Tena, recogía así la noticia: “La
ceremonia celebrada ayer durante cinco horas largas en el Paseo de la Castellana suspendió
los corazones. Fue una comunión de entusiasmo y, al propio tiempo, un alarde de
profunda y universal sustancia política. Tenía la sugestión de lo nuestro,
localizado en el tiempo y en el espacio; pero tenía también un aire insólito de
manifestación ecuménica. Ni el desfile interaliado de 1918, que reunió en el
Arco del Triunfo y la Plaza
de la Concordia
80.000 combatientes, ni el celebrado hace semanas en Berlín, ni el que dos
veces al año convoca la propaganda del Komintern en la Plaza Roja da idea de
la parada de ayer”. Finalmente, el 17 de julio de 1940, en el Palacio de
Oriente, Varela imponía a Franco la Gran
Cruz Laureada de San Fernando. A continuación, Franco largó
un discurso que le habían preparado, donde dijo entre otras cosas, que “hemos
derramado la sangre de nuestros muertos para hacer una nación y para forjar un
imperio” y todo tipo de tonterías que se esperaban de este golpista responsable
de casi un millón de muertos. Con aquel discurso propio de un sátrapa, las
medallas militares dejaron de tener valor, al menos para mí.
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