Leo en Vozpópuli que “Renfe planea externalizar su mantenimiento para reducir
plantilla poco productiva. En la actualidad,
el pastel del mantenimiento en la empresa pública está en su mayoría desviado a
empresas externas, que de esos 647 ya participan de un negocio de 349 millones
de euros mientras que la propia Renfe
Mantenimiento se queda con los 298 restantes. Esto tiene su sentido, ya que
las Alstom, Talgo, Bombardier,
Siemens... son las constructoras de máquinas y sus operarios muchas veces
tienen el conocimiento específico para mantenerlas en óptimo estado”. Bueno, un
día fui a sacar un billete a la zaragozana Estación
de Delicias y me lo extendió un señor con aspecto de pertenecer a la
empresa que fundó Ramón Areces. Al
Gobierno de Mariano Rajoy, que todo
lo pretende externalizar, le diría que el mantenimiento de los convoyes no sólo
es el de las locomotoras. También es el de los vagones. No sé si todavía
existirán aquellos trabajadores ferroviarios que mediante un martillo de largo
mango daban un toque a las ruedas de los coches de viajeros una vez parados.
Por el sonido sabía que no se habían recalentado y que estaban en disposición
de continuar viaje con ciertas garantías de seguridad para el sufrido viajero. Supongo
que no, de la misma manera que desaparecieron en las estaciones de las ciudades
de medio pelo, hoy muchas de ellas convertidas en apeaderos, la lampistería,
los retretes en los andenes, el chiscón con las palancas de cambios de agujas,
la cantina y la Librería
de Ferrocarriles. Las cantinas de las estaciones de f.c. era el último refugio
donde se podía tomar una copa cuando ya todos los bares habían cerrado. La librería
era otra cosa. Yo, durante mucho tiempo, acudía de propio a la Librería de Ferrocarriles
para adquirir el periódico España de
Tánger, aquel diario que fundó Gregorio
Corrochano en 1938, por iniciativa del Alto Comisariado en Marruecos,
general Juan Beigbeder. Juan Cruz, el último director, manifestó (en un homenaje a España de Tánger y a aquellos que habían
colaborado que se les hizo en la
Asociación de la
Prensa de Madrid en noviembre de 2008) que “el diario no
habría desaparecido de no ser por el afán del nacionalismo marroquí de acabar
con la presencia de la prensa francesa que se editaba en Casablanca, como Le Petit Marocain, que había sido
el paladín del colonialismo francés”. Aquel homenaje fue consecuencia
de la investigación realizada por Juan
Manuel Menéndez, refundador de la Agencia Febus,
que un año antes quiso reivindicar la figura de su abuelo, Jaime
Menéndez, último director del diario El
Sol durante la República
y que recaló en Tánger como exiliado, incorporándose al España de Tánger como redactor jefe. Juan Beigbeder había sido
nombrado por Franco ministro de
Asuntos Exteriores en agosto de 1939 y duró en el cargo hasta octubre de 1940.
Franco lo destituyó conocido su amor hacia una mujer anglófila que más tarde
resultó ser espía. Ante el imparable avance de las tropas alemanas, Franco nombró
para hacerse cargo de ese Ministerio a su cuñado Ramón Serrano Súñer, conocido germanófilo y fascista. La figura Beigbeder fue plasmada bastante fielmente en
la novela “El tiempo entre costuras” por María
Dueñas. Pero, como señalaba al principio, el PP todo lo intenta externalizar.
Y la excusa siempre es la misma: eliminar plantillas “poco productivas”. Lo
cierto, y esa es la cuestión, a la derechona que todo lo corrompe le conviene
mantener engrasadas las puertas giratorias. Más, si cabe, ahora, cuando avanza
septiembre y el trasero les huele a fosfatina ante la inseguridad que les
produce la cercanía de los próximos comicios. Son conscientes de que todos no
caben en los escaños del Senado.
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