Jesús
Sancho Rof, entonces ministro de Sanidad por UCD, con ocasión del desastre
del aceite de colza desnaturalizado, llegó a asegurar a los medios que el
responsable “era un bichito que, si caía de la mesa, se mataba.” Por supuesto,
los hechos demostraron que no era así. Años más tarde, ya con Rajoy en el Gobierno, llegaría a
ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad Ana Mato, que nunca supo manejar el problema del ébola y que fue, a
juicio del periodista Ramón Lobo, una “flamante inutilidad”.
Y ahora llega un ministro, el de Interior, Jorge
Fernández Díaz, afirmando que “lo que queda de ETA cabe en un microbús
pequeñito y que además, desde ayer, va sin conductor”. Y esas, a mi entender,
desacertadas palabras las ha expuesto al día siguiente de que las Fuerzas de Seguridad detuvieran en Francia a dos de los presuntos jefes de
ETA, David Pla e Iratxe Sorzabal, en una exitosa
operación de la
Dirección General de Seguridad Interior y de la Guardia Civil. Y
señalo que, a mi entender, son unas desacertadas palabras del ministro si
tenemos en cuenta que esa organización terrorista ni ha entregado las armas en
su poder ni ha anunciado su disolución, por más que en 2011 anunciase el cese
de su actividad delictiva. Fernández Díaz debería saber, como sabe, que no hay
enemigo pequeño y que la banda terrorista jamás ha reconocido el daño causado.
Ante esa falta de disposición a funcionar dentro de la legalidad, hablar de
microbús sin conductor es, al menos, una frivolidad impropia en un ministro.
También en su día se dejó de vacunar a la población infantil contra la
tuberculosis, cuando se entendió desde la OMS que el bacilo de Koch que la producía estaba controlado. Pero por aquellos años del tardofranquismo no existían las
migraciones a gran escala hacia Europa que se producen ahora, en su mayoría
huyendo de las guerras y de la hambruna existente en los países de origen. Hoy
cualquier ciudadano, en consecuencia, puede inhalar microscópicas gotas de
saliva procedentes del estornudo de un “sin papeles” y reavivarse los casos con
mayor virulencia. Y si encima se ponen pegas legales a la atención sanitaria de
los recién llegados por parte del Gobierno de turno, el resultado puede ser de
consecuencias imprevisibles. De nada sirven los controles de las cartillas
sanitarias de vacunaciones cuando el problema instalado desborda cualquier
previsión. Y esa especie de “parábola
para gobernantes” aquí expuesta puede servir, también, para los casos de
terrorismo etarra, yihadista, etc.
Siempre habrá que estar en alerta. Los terroristas que causaron la masacre de
Atocha el 11 de marzo de 2004 también cabían en un microbús pequeñito. Pero el
resultado de aquello fue de 191 muertos y más de 1.800 heridos de diversa
consideración.
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