En mis ratos de ocios cuaresmales acostumbro a leer con
devoción El Arte de Enfermería (Instrucción de novicios de la Orden de la Hospitalidad. Tomo
2, escrito por fray José Bueno y González, prior del convento-hospital de la Santa Misericordia de la ciudad
de El Puerto de Santa María y dedicado al arcángel san Gabriel. (Madrid,
oficina de don Juan Nepomuceno Ruiz, dic. 1833). Y hoy, 11 de marzo,
aprovechando que comienza la novena de san
José y que la Iglesia Católica
conmemora la festividad de los santos Eutimio,
Vendiciano y Sofronio, me enfrasco en la lectura in profundum de un apartado completamente serio: la sangría. Se
señala en la Instrucción de Novicios que se trata de una
operación en la que se abre un vaso para evacuar sangre y se divide en
arteriotomía, flebotomía y capilar, según dónde se pincha con la lanceta, que
puede ser de tres clases: de hoja de olivo, de punta de espino y de pico de
gorrión. Y la sangre extraída deberá contenerse en tarro de barro o de lata,
nunca de cobre mal estañado, porque aumentará el color de la sangre y no se
podrá formar buen juicio de ella. En la Instrucción
se deja bien claro que de formarse aporisma deberán aplicarse unas
compresas mojadas en agua fría y
vinagre. Y si se enconase la cisura, se deberá colocar un pétalo de rosa, un
parche de ungüento amarillo, u otro supurante. Podría añadirse –el libro no lo
indica-- la aplicación de sanguijuelas in situ, cuya saliva, la hirudina, es un potente anticoagulante,
aunque otra de sus sustancias, la hianuronidasa
es un anticicatrizante que sirve para mantener el flujo de sangre durante la
mordida. Es decir, como en la contabilidad por partida doble: no hay debe sin
haber ni activo sin pasivo. Hipócrates señaló la relación entre la sangría y la teoría
de los humores. Se creía que las enfermedades eran producto de un
desequilibrio de fluidos o vapores corporales, llamados humores. Para
reestablecer el equilibrio humoral había que provocar vómitos, diarrea, sudor o
sangría. Y el Código de Salud de la Escuela de Salerno,
redactado en verso en el siglo XII, afirmaba: “La sangría purga veladamente el
cuerpo/ porque excita los nervios, mejora los ojos/ y la mente y mueve el
vientre/ Aporta el sueño, limpia los pensamientos y expulsa la tristeza, / y el
oído, el vigor y la voz aumentan cada día”. Qué quieren que les diga, a mí me
gusta más otra sangría, la bebida típica de verano, que reduce el riesgo de
arteriosclerosis, equilibra la flora intestinal, tiene minerales como magnesio
potasio y fósforo, vitaminas A y C, bacterias lácticas etc. El vino tinto evita
la pérdida auditiva, protege la vista y tiene una labor antihistamínica. Y si
ese vino tinto es de uva garnacha, importante en taninos, incluye todas las
vitaminas del grupo B, en especial la
B6, importante para que funcionen bien las enzimas. Otro día
deberé hacer un elogio del “tinto de
verano” (vino con sifón), que nació en la década de los 20 en la cordobesa Venta de Vargas. Lo cantaba Concha Piquer: "Venta de Vargas, guitarras suenan, / el fandanguillo llora un penar. /
Toca el del chato de manzanilla / y una gitana sale a bailar".
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