viernes, 3 de marzo de 2017

Sevilla, siempre Sevilla




Deseo dejar claro que Pascual González es un enamorado de Sevilla, como Romeo lo fue de Julieta y Juan Martínez de Marcilla, de Isabel de Segura. Sólo alguien enamorado de su tierra hasta las cachas puede escribir “la expresión de lo inefable”, como decía Juan Ramón que era la poesía. Lean atentos: Y en Sevilla tengo plantado un naranjo en las viejas juderías, tengo unas gafas del Pali, un canasto del Vicente y un cartucho de arropías, una reja en San Esteban, una pila en San Leandro, Gran Poder en San Lorenzo, en San Antonio, Silencio y Refugio en San Bernardo... Tengo un puesto en calle Feria de leyendas populares y de coplas legendarias, un Hércules de Alameda y un arco en la Macarena con indulgencia plenaria. Tengo una Salve en el puente de capilla y Altozano, y una fragua en el Zurraque donde se fragua el empaque de tarantos y gitanos; en Pureza, la Esperanza, entre Santiago y Santa Ana, sonajeros de cantares, un reloj por soleares y el buen son que hay en Triana”. Si eso no es amor por su tierra, que venga Dios y lo vea. Yo con Sevilla sólo tuve un affaire cuando anduve por allí ganándome la vida. Sevilla tenía luz, recuerdo, y Sevilla tenía vencejos acharolados y limpios. En Sevilla descubrí que se puede amar y odiar al mismo tiempo. Es lo que suele acontecer cuando tienes veintitantos años y una vida por delante llena de luces de farolillos de feria y soníos brunos de incertidumbre manifiesta. Que nadie me toque Sevilla. No es mía, pero la siento latir y con eso me basta.

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