Leo en La comarca de
Calatayud la importante transformación de la oficina de Farmacia que ha
llevado a cabo el leonés Pedro Taus.
Pero, aparte de esa modernización en la
que hasta 1995 fuese la Farmacia Domínguez, me llama poderosamente la atención que todavía se le siga denominando a una plaza bilbilitana con el
rótulo de "Primo de Rivera", entiendo
que en honor del militar Miguel Primo de
Rivera Orbaneja, responsable de un golpe de Estado en 1923 que puso en
suspenso la Constitución,
disolvió el Parlamento e implantó una Dictadura con la connivencia inexplicable
de Alfonso XIII y la aquiescencia de
buena parte de la patronal, del clero, del
ejército y de las fuerzas conservadoras que le apoyaron en su Directorio Militar. Ayer, 16 de marzo,
se cumplieron 87 años justos desde su muerte en París causada por una embolia,
según certificó el doctor Bandelac,
judío sefardita, nacido en Tánger en 1870 y nacionalizado español. Tenía entonces 60 años y padecía diabetes. La
víspera de su muerte, es decir, el sábado 15, asistió por la tarde a una
representación de Cyrano de Bergerac,
de Rostand. Pero horas antes, al
mediodía, había asistido a un almuerzo ofrecido por el embajador español José Quiñones de León y comió con gran
apetito. Le acompañaba su hija Pilar.
Padre e hija se hospedaban en el Hotel
Pont-Royal. Pues bien, el IES Miguel Primo de Rivera cambió su
nombre por el de Leonardo de Chabacier,
pese a la “resistencia” de una buena parte de la derecha enraizada en Calatayud
y que no deseaba ese cambio de denominación. Un instituto que costó quinientas
treinta mil pesetas de 1928 y por el que los bilbilitanos se vieron en la
obligación de tener que amortizar un préstamo contraído durante mucho tiempo. (Blanca
Langa Hernández. “Crónica sobre el
IES “Miguel Primo de Rivera” y su controvertido cambio de nombre”). Es
chocante que a estas alturas del siglo XXI todavía no se haya quitado el nombre
del dictador Miguel Primo de Rivera en el callejero de Calatayud. ¿A que
esperan los responsables municipales? De la misma manera que me alegró en su
día que en el callejero bilbilitano figurasen los nombres insignes de José Galindo Antón y de José Verón
Gormaz, pido al Alcalde, José Manuel
Aranda Lassa, que se suprima la plaza con el nombre de un militar golpista
que impuso un Directorio Militar, que se “permitió el lujo” de enviar al rector
de la Universidad
de Salamanca, señor Unamuno, al
destierro, y que sus efectos de “acción-reacción” no terminaron con el gobierno
Berenguer en plena Gran Depresión ni con el exilio en París
de Primo de Rivera, sino con el “Pacto de
San Sebastián” del 17 de agosto de 1930 para acabar con un monarca que no
supo ni quiso estar a la altura de las circunstancias. Los errores siempre se
terminan pagando.
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