jueves, 2 de marzo de 2017

Reflexiones del cronista





El cronista está ahora, una vez pasado el tiempo suficiente como para saber decantar las ideas, poniendo gran voluntad por atar nombres del Santoral, con el socorro del taco del Corazón de Jesús que le mandan cada año los jesuitas de Bilbao. También, con el soporte de “El gran libro de los nombres”, de gran aprovechamiento en estos transcursos y en otras tramas parejas. La imagen de aquel santo bien pudo ser la de san Rústico, obispo de Narbona, o la de san Pioquinto, que se compondría, no sé, de Pío y de Quinto, en recuerdo del papa Pío V, del mismo modo que el patronímico de don Pionono Alentisque. Una vez transcurridas aquellas fiestas patronales, don Pionono regresó a Manlleu todavía con restos de cera en el cuero cabelludo, además de la herida en sedal de una bestia en el glúteo izquierdo, porque los males nunca vienen solos. Don Pionono Alentisque no tuvo otra ocurrencia que cruzar la calle en la anochecida, justo en el momento que se daba suelta al toro ensogado. Don Pionono Alentisque se protegió en un portal,  pero el bovino le pilló de refilón en salva sea la parte haciéndole un siete al pantalón de su albo atavío antillano. Don Pionono Alentisque tenía algo de gafe y mucho de aguafiestas. Supone ahora el cronista, consciente el cronista que no debe suponer nada sino contar aquello que ha visto y oído, que hizo lo correcto en no reaparecer por el pueblo en los años siguientes, donde tampoco le echaron en falta.  Al cronista le faltó valor, o le sobró desdén, para preguntarle a uno de aquellos monaguillos de jornada, o de retén, por el nombre del santo cuando lo tuvo cerca durante las interrupciones de la procesión, pero prefirió optar por el mutismo desnudo de un simple mirón, consciente de que sólo sobre aquello que se contempló en su día en la distancia corta con el cristal adecuado y la percepción serena se podría, pasados los años, considerar y reflexionar sin tener en cuenta los porqués y los pequeños detalles. Ya dejó escrito el cronista que la gente de cada aldea no es mala, pero tampoco buena. Por aquellos tiempos todos se sostenían de milagro, sin patrocinador, sin erudito a la vista que les hablase de la batalla de las Termópilas ni de la batalla en el Puente de Alcolea. Tampoco estaba escrito en cada pueblo el orden del día. Jamás se le dio a algo, lo que fuere, dimensiones mayores de las necesarias. Los labriegos se han manejado desde tiempo inmemorial según soplase el aire y  aun los tontos de capirote lo sabían. Escribió Cela en “Cristo versus Arizona” que “los tontos  son distraídos y tampoco atienden demasiado pero distinguen las caricias de los latigazos y también los diferentes brillos de la mirada, brillo manso brillo bravo, brillo caliente brillo frío, brillo dulce brillo amargo”. Pues eso.

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