José María Ruiz Soroa,
en El País, publica una tribuna que debería hacernos
reflexionar. En su trabajo “Queda
prohibido odiar” mete el dedo en la llaga. Viene a decir que castigar el
odio y tipificarlo como delito es un “exceso” del Código Penal en un Estado de derecho. “Las personas –así lo
entiende Ruiz Soroa- tienen derecho a la libre manifestación pública de sus
ideas o pensamientos con independencia de que sean verdaderas o falsas,
correctas o mentirosas, adecuadas a la dignidad de todos o contrarias a esa
igualdad”. (...) “El primer derecho que otorga la Constitución es el de
no estar de acuerdo con ella y poder decirlo públicamente”. (...) “Casi toda la
propaganda política partidista se basa en el menosprecio directo de las
personas o los partidos rivales, no digamos de sus obras, tales como la ley mordaza, la reforma laboral o
el despojo de derechos a los débiles. Pero cuando se trata de fomentar el odio
o menosprecio a Rajoy, Mas o Iglesias, vale, es normal, cuando el menosprecio es de mujeres,
homosexuales, gitanos, niños o inmigrantes, entonces es delito. Pues no lo
entiendo. Es repugnante, sí, pero ¿por qué es delito?”. (...) “Que cometer
delitos concretos por motivos de odio a minorías sea especialmente castigado
parece bien; pero castigar el odio mismo es tanto como castigar estados de
ánimo”. Personalmente estoy de acuerdo con su criterio. Yo tengo derecho a
odiar, a amar o a proteger a quién me venga en gana. Verbigracia: odio la Monarquía como forma de
Estado, odio a un empresario que me hizo la vida imposible, odio al vecino de
arriba que hace ruido por la noche y no me deja dormir, odio a la derechona
corrupta que intenta dar lecciones de patriotismo al resto de los ciudadanos,
odio a las señoras que en las recepciones palaciegas hacen genuflexiones
vergonzosas cuando estrechan la mano de la consorte
del rey, odio el lacayismo y a la prensa lacaya puesta al servicio del
Poder, odio a Mafo, gobernador del Banco de España torpe que no supo atajar
el sindiós de las cajas de ahorro, odio el hecho de que no pueda salir a la luz
la verdadera historia jamás contada ocurrida el 23-F, etcétera. Podría seguir,
pero me aburre. El odio nunca desaparecerá
por el hecho de estar prohibido y constituir delito. Pretender castigar
los estados de ánimo me parece una astracanada impropia en un Estado de
derecho.Pero no sufran, yo también me odio.
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