martes, 14 de marzo de 2017

Brotar de sus cenizas





Me alegra conocer que volverá a abrir sus puertas el Café Comercial de la madrileña glorieta de Bilbao el próximo 21 de marzo, justo el día en el que se cumplen 130 años  desde su inauguración. Los viejos cafés madrileños, casi todos desaparecidos, fueron los cuartos de estar de aquellos españoles que preferían la tertulia vespertina al rosario en familia, la mesa de mármol de velador a la mesa camilla con brasero, el barullo vocinglero y humo de cigarros a la escucha de la enorme radio de lámparas que sonaba aquello de “yo soy aquel negrito del África tropical...”, y las amplias lunas que dejaban ver las calles a las tupidas cortinas de cretona de un oscuro cuarto piso sin ascensor. A los viejos cafés se iba, pues a eso, a dejar pasar las horas en la anochecida antes de la cena familiar, que casi siempre se reducía a una sopa de avecrem con fideos y un trozo de tortilla de patata y que comíamos silentes mientras sonaba el agudo tararí de un clarín que nos recordaba que eran las diez de la noche en el reloj de la Puerta del Sol e incluso parecía que notáramos la rara presencia de los “gloriosos caídos por Dios y por España”; y acto seguido un parte  leído por un locutor con voz engolada donde se hacía referencia a la confusión reinante en Katanga y la evacuación de Leopoldville, a los rumores de que Balduino de Bélgica podría abdicar para convertirse en moje trapense, al peligro de una guerra civil en Laos, o a la llegada a Barcelona de Franco y su mujer a bordo del crucero Galicia, su posterior asistencia a un Te Deum en la Catedral y los vítores y aplausos recibidos a lo largo del trayecto hasta el Palacio de Pedralbes. El Café Comercial, abierto el 21 de marzo de 1887, se cerró al público el 27 de julio de 2015. Fue el primer café madrileño en servir platos combinados. Muy cerca de allí se encontraba el hoy desaparecido Café Europeo, (glorieta de Bilbao esquina a la calle de Carranza) donde Cela se inspiró para escribir La colmena. Aquellos eran los llamados cafés de asiento, no demasiado llenos por las mañanas, algo más ocupados por las tardes y abarrotado por las noches. Por allí pasó el ciego Simarro (Juan Simarro González), personaje muy popular pese a su indigencia. Pero esa es otra historia.

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