Me alegra conocer que volverá a abrir sus puertas el Café Comercial de la madrileña glorieta
de Bilbao el próximo 21 de marzo, justo el día en el que se cumplen 130
años desde su inauguración. Los viejos
cafés madrileños, casi todos desaparecidos, fueron los cuartos de estar de
aquellos españoles que preferían la tertulia vespertina al rosario en familia,
la mesa de mármol de velador a la mesa camilla con brasero, el barullo
vocinglero y humo de cigarros a la escucha de la enorme radio de lámparas que
sonaba aquello de “yo soy aquel negrito
del África tropical...”, y las amplias lunas que dejaban ver las calles a
las tupidas cortinas de cretona de un oscuro cuarto piso sin ascensor. A los viejos
cafés se iba, pues a eso, a dejar pasar las horas en la anochecida antes de la
cena familiar, que casi siempre se reducía a una sopa de avecrem con fideos y un
trozo de tortilla de patata y que comíamos silentes mientras sonaba el agudo tararí
de un clarín que nos recordaba que eran las diez de la noche en el reloj de la Puerta del Sol e incluso
parecía que notáramos la rara presencia de los “gloriosos caídos por Dios y por España”; y acto seguido un parte leído por un locutor con voz engolada donde se
hacía referencia a la confusión reinante en Katanga y la evacuación de
Leopoldville, a los rumores de que Balduino
de Bélgica podría abdicar para convertirse en moje trapense, al peligro de
una guerra civil en Laos, o a la llegada a Barcelona de Franco y su mujer a bordo del crucero Galicia, su posterior asistencia a un Te Deum en la
Catedral y los vítores y aplausos recibidos a lo largo del
trayecto hasta el Palacio de Pedralbes. El Café
Comercial, abierto el 21 de marzo de 1887, se cerró al público el 27 de
julio de 2015. Fue el primer café madrileño en servir platos combinados. Muy
cerca de allí se encontraba el hoy desaparecido Café Europeo, (glorieta de Bilbao esquina a la calle de Carranza) donde Cela se inspiró para escribir La colmena. Aquellos eran los llamados cafés de asiento, no demasiado llenos
por las mañanas, algo más ocupados por las tardes y abarrotado por las noches.
Por allí pasó el ciego Simarro (Juan Simarro González), personaje muy
popular pese a su indigencia. Pero esa es otra historia.
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