domingo, 29 de julio de 2018

Motor gripado



Toda nuestra tragedia, la tragedia española, está comprimida en un artículo de El País. Este no será un Estado “normal”, a la altura de lo que se espera, mientras la sombras alargada de la Cruz de los Caídos, en Cuelgamuros, siga erecta y desafiante. Señala Manuel Vicent hoy, en su artículo “Imagina”, que “en este extraño país, la democracia parece estar tutelada aún por ese dictador desde su tumba”. A fuer de leer libros sobre nuestra historia reciente algo voy asimilando. El mejor resumen que puede hacerse de la Guerra Civil está comprimido y a la vez pormenorizado en un análisis certero de Jorge M. Reverte, (“El arte de matar”, RBA Libros. Barcelona, 2009) Un libro sólo se entiende cuando se puede leer bien. Manuel Vicent resume ahora los grandes acontecimientos: la República, en 1931; el golpe de Estado, en 1936; la Guerra Civil, las posteriores represalias; la construcción de un mausoleo faraónico; la larga dictadura; la sucesión de un nieto de Alfonso XIII a título de rey por la merced de Franco; las cartillas de racionamiento; la Transición, la Constitución del 78: la fundación de AP por siete ministros franquistas; la Ley de Memoria Histórica sin casi dotación presupuestaria; la abdicación de aquel sucesor en su hijo tras verse envuelto en varios escándalos; la inviolabilidad de la Monarquía;  la aparición de nuevos partidos emergentes dispuestos a poner fin al enquistado bipartidismo; la corrupción instalada en la cúpula de los partidos y en las cajas de ahorro gobernadas por inexpertos; la carencia de independencia de poderes desoyendo a Montesquieu… Uf, hay más tantos desatinos que cansa señalarlos. Todas esas cosas, ocurrieron en poco más de ochenta años. En referencia a la corrupción política,  Jesús Palomar (licenciado en Filosofía y profesor de Secundaria) en “Disidentia” (25.02.18) lo explicó de forma clara: “La mayoría de los partidos nacen en la sociedad civil y se parecen mucho a un grupo de amigos que quieren cambiar las cosas. Los miembros de este amistoso grupo no son ni peores ni mejores que usted o que su vecino. Pero si se someten a la ley electoral proporcional con listas y consiguen representación parlamentaria, la cosa empieza a cambiar: el grupo recibe una generosa subvención del erario y su estructura se jerarquiza. ¿Qué significa esto? Que el partido se convierte en una empresa del Estado donde el líder es el jefe y sus antiguos amigos son los empleados. ¿Y qué quiere una empresa? Tener muchos clientes para conseguir beneficios. Si algún empleado insiste en seguir pensando como cuando era un grupo de amigos ―anteponiendo el bien general al de la empresa―, será expulsado y se quedará sin trabajo. Los que aprenden a ponerse de perfil o a mirar para otro lado en el momento oportuno, medrarán y mejorarán su posición”.  Lo malo llega cuando de la política se hace una profesión, cuando alguien dice que “el dinero público no es de nadie”, cuando impera la oligarquía de partidos y, también, cuando la ciudadanía,  la que vota y tiene la llave del cambio, permanece silente en un perpetuo sopor.

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