martes, 3 de julio de 2018

Lo bueno de guardarlo todo



Mi rara afición por guardarlo todo ocupa espacio pero me suele dar grandes satisfacciones cada vez que, rebuscando, encuentro algo interesante. Pues bien, a propósito de Diarios, 1932-1933,  o de “Los cuadernos robados”,  como el lector prefiera (que en 1997 acababa de editar Grijalbo-Mondadori con prólogo de Santos Juliá) Torcuato Luca de Tena escribió en “Tribuna abierta” del diario ABC tres largos artículos  (días 13, 15 y 17 de enero de 1998) sobre la figura de Manuel Azaña. ¡Hace ya 20 años! En el primero de ellos, “Yo soy el que robé las memorias de Azaña”, Luca de Tena hace referencia al diplomático Antonio Espinosa Sanmartín, que  las tomó del despacho de Cipriano Rivas Cherif (Luca de Tena dice Sherif) entonces cónsul general de la República en Ginebra, se presentó en Salamanca y se las entregó a Nicolás Franco, hermano del general rebelde. Como era de suponer, Francisco Franco -según cuenta Luca de Tena- “mandó hacer una selección de textos con marcada intencionalidad propagandística a Joaquín Arrarás, que fue publicada en ‘El Diario Vasco’ de San Sebastián y en ‘ABC de Sevilla’…”.  Casi quince años más tarde de haberse muerto Franco, su hija Carmen  hizo entrega de esos “papeles” a la entonces  ministra de Cultura, Esperanza Aguirre. En el segundo de sus artículos, “Las otras ‘Memorias’ de Azaña”, Luca de Tena refiere las diversas residencias del Presidente de la República, aunque se deja varias en el tintero. Hace hincapié en un viaje que hizo Luca de Tena acompañado de Antonio Ibarra y de otras personas a La Pobleta: “Nos perdimos varias veces hasta que al fin, guiados por un labriego de la serranía, doblamos por un carril muy bacheado y nos dimos de bruces con una pequeña construcción aisladísima, rodeada de un jardín decimonónico que emanaba encanto”. En el tercero de sus artículos, “Azaña y sus desdenes”, Luca de Tena recuerda los desprecios  hacia Indalecio Prieto, Fernando de los Ríos, Marcelino Domingo, Eduardo Ortega, Lerroux, Miguel Maura, Royo Villanova, Burguete, etcétera. A todos ellos les puso como chupa de dómine. Pero Luca de Tena termina su “trilogía” siendo demasiado cruel con Manuel Azaña: “El amor de Azaña por el desaire, su afición al desdén, su invencible inclinación al ultraje hacen pensar en una frustración íntima y secreta de quien teniendo una cultura tan vasta y siendo tan formidable orador como escritor, no alcanzó en su vida profesional otro grado académico que la licenciatura en leyes , ni otro cargo que el de funcionario de segunda en el Registro de Últimas Voluntades del Ministerio de Justicia, ni se le conoció amor alguno en su juventud, ni contrajo matrimonio hasta la cincuentena con la hermana de su único amigo íntimo, treinta años más joven que él, y con la que no tuvo hijos. Algo hay muy sutil y escondido en su culto a la befa, en su devoción al escarnio, merecedor de un diagnostico psicopatológico especialmente delicado y lúcido. Algo hay, algo hay…”. Es difícil encontrar un periodista (ya fallecido) con mayor mala baba. Que a mí me conste, Manuel Azaña tuvo un gran amor de juventud (Consuelo, la muchacha con la que tenía un piso en una calle derribada por las obras de la Gran Vía); ascendió a jefe de negociado en la Dirección General de los Registros y el Notariado; se doctoró en Derecho con su tesis  “La responsabilidad de las multitudes”; ganó la Presidencia del Ateneo de Madrid a un contrincante de peso, Gregorio Marañón;  fue excelente escritor;  Ministro de la Guerra y presidente del Consejo de Ministros; y Jefe del Estado. Siento que Torcuato Luca de Tena no haya leído a Emiliano Aguado. Estoy seguro que de haber sido así,  Torcuato Luca de Tena hubiese despejado muchas dudas en sus excelentes artículos.

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