miércoles, 11 de julio de 2018

Lo que le salga de la Corona, ¿dice usted?



Ha dicho Joaquim Torra que no piensa invitar al jefe del Estado al primer aniversario de la masacre yijadista de las Ramblas y Cambrils. Y así lo recuerda Antonio Burgos en su artículo “Plasma y pasta” de ABC de Sevilla, donde aprovecha para señalar que el rey “puede ir a la parte del Reino de España que le salga de la Corona”. En efecto, así es, salvo que se oponga el Gobierno, como ya aconteció con el pospuesto viaje a Cuba. Pero, a mi entender, el jefe del Estado no siempre va “donde le sale de la Corona”, como dice Burgos. Que a mí me conste, el rey todavía no ha ido ni a Ceuta ni a Melilla, supongo que por no incomodar al rey de Marruecos, de la misma manera que se vería con malos ojos por Gobierno de España que la Isabel II visitase la colonia del Peñón de Gibraltar. Un peñón que, por cierto, se perdió para España por el Tratado de Utrech, firmado por los países antagonistas a la Guerra de Sucesión en 1713. Una Guerra que, todo hay que decirlo, fue causada por Felipe de Anjou, el primer Borbón que había llegado  para quedarse por la herencia del triste Carlos II, hechizado por la alquimia y muerto el 1 de noviembre de 1700, siendo el último descendiente de la rama española de los Habsburgo. Un rey sobre el que se sabe que padecía el síndrome de Klinefelter, enfermedad genética, que consiste en una alteración cromosómica expresado en el cariotipo 47/XXY y que se caracteriza por infertilidad, niveles inadecuados de testosterona, disfunción testicular, hipogenitalismo, trastornos conductuales  y aspecto eunucoide, con talla alta, extremidades largas, escaso vello facial y distribución de vello de tipo femenino. Su mujer, María Luisa de Orleáns, realizó peregrinaciones y veneró reliquias sagradas con la finalidad de poder quedarse embarazada. Murió en 1689, dejando a Carlos II en un fuerte estado depresivo. Le obligaron a casarse al poco tiempo con Mariana de Neoburgo, a la que tampoco consiguió el rey dejarla preñada. Y fue entonces cuando llegó la cuestión sucesoria. Y así fue como se eligió a Felipe de Anjou, hijo del Gran Delfín de Francia, para reinar en España con la ayuda del papado, que estaba en todas las salsas. “Un rey -según Mari Pau Domínguez-adicto al sexo, amante del toreo, siempre pensando en abdicar, que sentía fobia a los rayos solares, tenía pasión por los relojes, que sentía rechazo hacia la ropa blanca y que no se fiaba de los médicos”. (Mari Pau Domínguez. “La corona maldita”. Ed. Grijalbo. 2016). Un rey aquel que, como dice Burgos en referencia al actual rey, también hizo en su día lo que le salía de la Corona, algo habitual (repásese la Historia) en toda la Dinastía.

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