Leo una noticia curiosa en El Correo de Andalucía: “Explota un
puesto de garrapiñadas en el Prado de San Sebastián”. Sigue señalando ese
diario que “la deflagración de una bombona
de camping-gas en el citado
puesto de venta ambulante ha sido el detonante del suceso, si bien no hay que lamentar heridos”. Menos
mal que la cosa no ha pasado de un susto. Pero a lo que iba. Dejando claro que
la frase publicada es incorrecta, puesto que lo que explotó no fue el puesto
sino la bombona, convendrán el lector conmigo en que tal y como llegan las
noticias de agencias, o cómo se redactan en el interior de las tripas de las
redacciones de los diarios, parece normal
que el lector se quede hecho un mar de dudas. Sólo con haber cambiado “explota”
por “explosiona” hubiésemos disipado dudas. Porque dicho así, “explota un
puesto de garrapiñadas”, con carencia de sujeto, da la sensación de que alguien
ha montado un chiringuito para buscarse la vida vendiendo al transeúnte
almendras garapiñadas embolsadas al
estilo de Briviesca, o de Alcalá de Henares, confeccionadas por las monjas
clarisas y documentadas en el siglo XVII por Juan de la Mata. “Garrapiña” es el aspecto del líquido de algo
cuando se solidifica en grumos. El nombre viene del vasco garai-ipiñia, que significa “puesto encima”. De la misma manera, “garrapiñera”
era aquel utensilio utilizado para hacer helados. Consistía en un recipiente
cilíndrico de metal en el que se colocaba lo que se iba a helar y se le hacía
girar dentro de otro recipiente de madera lleno de hielo con sal. Muchos de mi
generación conocimos de niños aquel artilugio casero tan entrañable provisto de
manubrio que nos deleitó muchas tardes veraniegas. Pero a lo que iba: una
persona explosiona o hace explotar una bomba, pero nunca explota la bomba.
Explotar es un verbo intransitivo, es decir, que el sujeto es la cosa que
explota. Explosionar es transitivo, es decir, el sujeto es aquel que hace que
algo explote. Parece incorrecto, por tanto, una expresión muy habitual en las
redacciones de prensa, verbigracia, “el suicida explosionó”, por confundir
objeto y sujeto. De cualquier manera,
que ya me estoy haciendo un lío, los negocios se explotan por el sujeto que
abre la persiana para hacer negocios y las bombas explotan por ellas mismas. Lo
que en el sevillano Prado de San Sebastián explotó no fue el puesto de garrapiñadas
sino la bombona de gas. Por cierto, no se trataba de un puesto al estilo de una barraca de feria, de un quiosco, o de una
churrería como se da a entender, sino un pequeño
carrito de mano con el que intentaba ganarse la vida de forma ambulante un
pobre hombre que se desplazaba en un cochecito de inválido.
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