Dice Pérez-Maura,
a propósito de la posible exhumación del cadáver de Franco, que “los restos mortales de
cualquiera son propiedad de su familia según la jurisprudencia de nuestro
Tribunal Supremo y esos descendientes son los que tienen que disponer qué se
hace con ellos”. Y añade que “España firmó en 1979 un convenio con la Santa
Sede –que es un Estado soberano– que recoge la inviolabilidad de los lugares
sagrados. Y a nadie puede sorprender que la familia se niegue a aceptar que el
Gobierno pueda hacer un uso político del cadáver”. Se le olvidó decir a
Pérez-Maura que el Estado de la Ciudad del Vaticano fue una merced de Benito Mussolini con los Pactos de Letrán en 1929; que, en rigor, es la Santa Sede, y no el
Estado del Vaticano, la que mantiene relaciones diplomáticas con los demás
países del mundo; y que es el Estado Vaticano el que da el soporte temporal y
soberano (sustrato territorial) para la actividad de la Santa Sede. Todo
aclarado. Vale, está bien. Pues si no se pueden sacar esos restos mortales de
Franco sin permiso de la familia, que se dejen donde están por los siglos de
los siglos. Ayer, 25 de julio, se cumplieron 80 años justos del comienzo de la Batalla del Ebro. Ya casi no quedan
testigos vivos de aquella escabechina. Sólo, si acaso, algunos ancianos, muy
pocos, pertenecientes a la “quinta del
biberón”. El tiempo pasa y la Guerra Civil pronto será un recuerdo casi tan
vetusto como la Batalla de Lepanto.
Ya no importa demasiado dónde está lo que queda de aquel golpista gallego con baraka. Según Pérez-Maura, sacar los
restos de Franco de Cuelgamuros sin el consentimiento de sus descendientes
constituiría un delito de prevaricación. Y termina diciendo: “Confieso que nada
me parecería más divertido que ver a la familia Franco derrotando al Gobierno Sánchez en los tribunales”.
Pérez-Maura, que no ha leído “El Quijote”,
dice aquello de “cosas veredes, amigo
Sancho…”. ¿Dónde lo pone? “Cosas
veredes…” como origen literario de esa expresión, se remonta al Cantar
de mío Cid, cuando Rodrígo Díaz de
Vivar le dice a Alfonso VI
“Muchos males han venido por los reyes
que se ausentan…”, y el rey contesta: “Cosas
tenedes, Cid, que farán fablar las piedras”. Pérez-Maura viene a decir en
su artículo de ABC, “Prevaricación, ese
delito”, que el cardenal Osoro le ha dicho a él, personalmente, que
no permitirá que se saque el cuerpo de Franco sin el permiso de su familia. Y
el prior, Santiago Cantera, ídem del
lienzo. “Con la Iglesia hemos dado,
Sancho”, como dijo Don Quijote a
su escudero una noche, mientras ambos buscaban a ciegas el palacio de Dulcinea y se encontraron con la
iglesia de El Toboso. Bueno, aquí hemos dado con la Iglesia, la familia del
momificado general y una caterva de nostálgicos que esperan la Segunda Venida de Franco para poner en
orden a la Humanidad y corregir a las naciones con vara de hierro, como quedó
escrito en Apocalipsis 19.11-13. Ese día, espero estar presente en Collado-Villalba
para no perderme detalle, a cierta distancia, de lo que acontece en ese hoyo de Guadarrama.
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