España
está que arde. Precisamente ahora, que coinciden las fechas de calendario con san Enrique, san Camilo, hoy san
Buenaventura, mañana, el Carmen,
pasado, san Alejo, hasta llegar al
temible san Federico. Lo que pasa es
que lo que ahora escribo tampoco va dirigido a los mozos del reemplazo del 37, como hizo el Marqués de Iria Flavia en su “San Camilo 1936”, porque la válvula de
presión de esta olla, la que ahora bufa silbante, asegura que no estalle, que
rompa el alicatado de la cocina, o que pueda mutilar al guisandero que tutela
los fogones. Como dejó escrito Benito
Pérez Galdós en “Fortunata y Jacinta”,
“… inseguridad, única cosa que es constante entre nosotros”, es como un
espectro que se nos aparece cada amanecida cuando suena el despertador y nos
levantamos de la cama dispuestos a seguir viviendo aunque sea de milagro. Ya
sólo faltaría que estuviese tomando café, como acostumbro cada vez que piso
Madrid, en la glorieta existente frente al arranque de la calle Augusto
Figueroa con Fuencarral. En referencia a la Corona y a Juan Carlos de Borbón, escribe Pedro
J. Ramírez en El Español: “Es un muy mal final para el que, en conjunto,
ha sido un buen reinado y un pésimo precedente para la Monarquía". Pero es
más preocupante leer cómo termina su artículo: “Ya veremos donde estamos hoy”.
¿Y mañana? ¿Y al mes que viene? ¿Y dentro de dos años? La coletilla más
difundida estos días en los medios es que “los presuntos desaciertos del rey
emérito no salpican de ninguna manera a Felipe
VI”. Nadie lo pone en duda. Pero no se puede vivir tranquilo con la
inseguridad presente, parecida a la que hacía referencia Galdós ya en 1887. La Conferencia Episcopal,
por otro lado, está indignada con los planes del Gobierno de Sánchez, que desea que la asignatura de
Religión no conste en el expediente académico del alumno. Cañizares dice que “los padres son los titulares de la educación de
sus hijos”; y ya verán como pronto el cardenal Blázquez dirá en alguna entrevista que “Pedro Sánchez empieza a
parecerse a Manuel Azaña”. Tiempo le
pido al tiempo. De momento parece que se va a retrasar poder sacar los restos
de Franco de la cripta de
Cuelgamuros, algo que tiene desesperado al general en la reserva Juan
Chicharro, que pasó, en una metamorfosis rara, de ser ayudante de campo de Juan Carlos a presidente de la Fundación Francisco Franco por deseo de
los hijos de Carmen Franco,
fallecida el pasado 29 de diciembre. Cuando digo “ayudante de campo”, para el que no lo sepa, hago referencia al
equipo formado por ocho militares y un miembro de la Guardia Civil que asisten
al jefe del Estado de manera permanente y a su consorte en el desarrollo de
determinadas actividades presenciales. Es ese miliar que siempre se ve detrás,
como una sombra. Se
trata, en resumidas cuentas, de que el jefe del Estado tenga un
ayudante a su disposición en cualquier momento del día. Comienza la segunda
quincena de julio, la derecha suelta una mascletá de pedos retumbones en la COPE y en “La 13” cada día que pasa, y
la izquierda, indolente y embotada, defiende con uñas y dientes una legalidad
que no sabe muy bien en qué consiste y se resigna ante unos datos
macroeconómicos de los que no les llega ni la calderilla de la hucha del Domund, como sucedió de igual manera en
los esperanzadores tiempos de la Segunda República. Todo el mundo pinta, o cree
que pinta, sin conocer la textura del lienzo. Decía Joyce que los hechos futuros proyectan una sombra anticipada sobre
el presente. Pero casi nadie pide, al menos que yo sepa, un espejo para verse
agonizar.
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