domingo, 15 de julio de 2018

Algo apesta



España está que arde. Precisamente ahora, que coinciden las fechas de calendario con san Enrique, san Camilo, hoy san Buenaventura, mañana, el Carmen, pasado, san Alejo, hasta llegar al temible san Federico. Lo que pasa es que lo que ahora escribo tampoco va dirigido a los mozos del reemplazo del 37, como hizo el Marqués de Iria Flavia en su “San Camilo 1936”, porque la válvula de presión de esta olla, la que ahora bufa silbante, asegura que no estalle, que rompa el alicatado de la cocina, o que pueda mutilar al guisandero que tutela los fogones. Como dejó escrito Benito Pérez Galdós en “Fortunata y Jacinta”, “… inseguridad, única cosa que es constante entre nosotros”, es como un espectro que se nos aparece cada amanecida cuando suena el despertador y nos levantamos de la cama dispuestos a seguir viviendo aunque sea de milagro. Ya sólo faltaría que estuviese tomando café, como acostumbro cada vez que piso Madrid, en la glorieta existente frente al arranque de la calle Augusto Figueroa con Fuencarral. En referencia a la Corona y a Juan Carlos de Borbón, escribe Pedro J. Ramírez en El Español:  “Es un muy mal final para el que, en conjunto, ha sido un buen reinado y un pésimo precedente para la Monarquía". Pero es más preocupante leer cómo termina su artículo: “Ya veremos donde estamos hoy”. ¿Y mañana? ¿Y al mes que viene? ¿Y dentro de dos años? La coletilla más difundida estos días en los medios es que “los presuntos desaciertos del rey emérito no salpican de ninguna manera a Felipe VI”. Nadie lo pone en duda. Pero no se puede vivir tranquilo con la inseguridad presente, parecida a la que hacía referencia Galdós ya en 1887. La Conferencia Episcopal, por otro lado, está indignada con los planes del Gobierno de Sánchez, que desea que la asignatura de Religión no conste en el expediente académico del alumno. Cañizares dice que “los padres son los titulares de la educación de sus hijos”; y ya verán como pronto el cardenal Blázquez dirá en alguna entrevista que “Pedro Sánchez empieza a parecerse a Manuel Azaña”. Tiempo le pido al tiempo. De momento parece que se va a retrasar poder sacar los restos de Franco de la cripta de Cuelgamuros, algo que tiene desesperado al general en la reserva  Juan Chicharro, que pasó, en una metamorfosis rara, de ser ayudante de campo de Juan Carlos a presidente de la Fundación Francisco Franco por deseo de los hijos de Carmen Franco, fallecida el pasado 29 de diciembre. Cuando digo “ayudante de campo”, para el que no lo sepa, hago referencia al equipo formado por ocho militares y un miembro de la Guardia Civil que asisten al jefe del Estado de manera permanente y a su consorte en el desarrollo de determinadas actividades presenciales. Es ese miliar que siempre se ve detrás, como una sombra. Se trata, en resumidas cuentas, de que el jefe del Estado tenga un ayudante a su disposición en cualquier momento del día. Comienza la segunda quincena de julio, la derecha suelta una mascletá de pedos retumbones en la COPE y en “La 13” cada día que pasa,  y la izquierda, indolente y embotada, defiende con uñas y dientes una legalidad que no sabe muy bien en qué consiste y se resigna ante unos datos macroeconómicos de los que no les llega ni la calderilla de la hucha del Domund, como sucedió de igual manera en los esperanzadores tiempos de la Segunda República. Todo el mundo pinta, o cree que pinta, sin conocer la textura del lienzo. Decía Joyce que los hechos futuros proyectan una sombra anticipada sobre el presente. Pero casi nadie pide, al menos que yo sepa, un espejo para verse agonizar.

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