viernes, 7 de diciembre de 2018

Esperpento



A don Ramón María del Valle-Inclán le dejaron manco del brazo izquierdo como consecuencia de un bastonazo en el verano de 1899 en la planta baja del Hotel París, en el Café de la Montaña, situado al comienzo de la calle de Alcalá a mano derecha. Para el que no lo sepa, se trata del edificio que hasta hace poco sostenía el anuncio de Tío Pepe en la madrileña Puerta del Sol. En el blog Madrid la ciudad se explica bien lo que pasó. También en las crónicas de prensa:

 “Ramón del Valle-Inclán, un polémico sin remedio, pidió un café con leche y una botella de agua y se sentó a la mesa donde se estaba dando conversación compuesta por el editor Ruiz Castillo, Jacinto Benavente, el cronista Manuel Bueno y el pintor Paco Sancha. Se discutía sobre un tema de actualidad, uno de tantos: el duelo entre un joven aristócrata andaluz, López del Castillo, y el caricaturista portugués Leal da Cámara, que noches atrás habían tenido sus diferencias en el Paseo de la Castellana sobre el valor personal de lusos e hispanos. El tema del honor hace que Valle-Inclán se excite durante la conversación y que su voz destaque, como casi siempre, por encima de las de los demás. Pero Manuel Bueno también alza la suya: -¡Señores, todo lo que ustedes están diciendo carece de validez! ¡Leal da Cámara es menor de edad y no podrá batirse! Valle-Inclán, dolido, reprende: -No zea uzted majadero, que uzted no zabe una palabra de ezo.- Manuel Bueno se levanta, da un paso atrás, toma su bastón con barra de hierro, y amenaza con él a Valle-Inclán, que empuña una botella mientras le llama "¡Majadero! ¡Majadero!". Don Ramón agarró la botella por el cuello y hace ademán de darle con ella a Manuel Bueno, que se ve obligado a defenderse, pero con tan mala fortuna que descargó un bastonazo en la muñeca del escritor, que no debió de ser fuerte. Se dijo con insistencia que el mal le había venido a Valle-Inclán por la mala curación de urgencia practicada en el centro de socorro donde lo atendieron, la cual hizo que al día siguiente la herida se gangrenase, por lo que se determinó amputarle el brazo sin vacilación”.

Otros entienden que la causa fue que a resultas del bastonazo, la parte opuesta de uno de los gemelos de la bocamanga se le hincó en el brazo. Sea como fuere, a don Ramón todavía le quedó el brazo derecho para seguir escribiendo, escribiendo de maravilla. Hace poco, sin embargo, estuve leyendo su poesía (“Ramón del Valle-Inclán”. José Servera Baño. Ediciones Júcar, Madrid, 1983) y, a mi entender, es floja: “Ráfagas de ocaso, dunas estampadas…”. Lo que acabo de describir viene a cuento con algo leído en una hoja de calendario. Se cuenta que, antiguamente, los directores de orquesta y coros marcaban el compás dando con el pie en el suelo. Hasta que Juan Bautista Lully, fundador de la ópera francesa, al encontrarlo incómodo, determinó sustituirlo por un bastón de dos metros de altura, con el que golpeaba el suelo a compás. Bastón que costó la vida a su inventor. Parece ser que en una ocasión, estando dirigiendo un Te Deum se dio un doloroso golpe con el bastón en el pie. La herida se le infectó y el pie hubo de ser amputado. Pero un curandero, en su deseo de ganar un premio consistente en dos pistolas que ofrecía un noble para aquel que curase a Lully, le aplicó al herido unos raros remedios que terminaron con la vida del compositor. A partir de aquel momento comenzó a utilizarse una batuta corta y ligera, tal como hoy se conoce. Seguro que sobre esta historia, Valle-Inclán hubiese podido concebir una estupenda novela grotesca.


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