jueves, 20 de diciembre de 2018

Guadalajara, tan lejos, tan cerca...




La foto que asoma hoy en mi chat está tomada en Solanillos del Extremo (a medio camino entre Brihuega y Cifuentes, dentro de la provincia  de Guadalajara)  durante los oscuros años cuarenta, en los que fue necesario aplicar la cocina de aprovechamiento para poder subsistir. Pueden hacerse idea de cómo se vivía en el medio rural en aquellos ya lejanos tiempos. Yo estuve en cierta ocasión en aquel pueblo alcarreño por razones que ahora no hacen al caso. Todavía recuerdo que desde allí se veían majestuosas las Tetas de Viana, situadas una de ellas en el término municipal de Trillo y la otra, en el de Viana de Mondéjar. La primera es un metro más alta que la segunda. Se trata de dos “muelas” porque sus cumbres terminan en plano. Son los puntos más altos de La Alcarria. Los alcarreños, siempre hospitalarios, me ofrecieron, además de miel, agua como algo excepcional. No entendía la razón de aquel interés. Con el tiempo lo supe gracias a la lectura de  los escritos de Antonio Herrera Casado, médico, historiador y cronista de la provincia, donde cuenta: Solanillos del Extremo puede presumir de tener en su término más de una docena de buenas fuentes, de esas abundosas, sanas y que nunca se secan. Especialmente hay una, la Fuente del Pozo que puede formar entre las 3 ó 4 mejores de toda la provincia”. Contra la creencia popular, en aquellos años de penuria en los pueblos se comía peor que en las ciudades, es decir, la comida era menos variada. Las estadísticas señalan que en los pueblos casi no se consumía pescado salvo las sardinas en salazón que llegaban en tabales de madera y el congrio seco que se colgaba en las pequeñas tiendas familiares, si es que existían. También mucho más pan, patatas, aceites de soja o girasol (el aceite puro de oliva se exportaba), leguminosas y vino. En las ciudades, por el contrario, se consumían más otros cereales, verduras, frutas, leche, carne, pescado, cervezas y licores. En el medio rural, del mismo modo, la matanza de cerdo constituía un festín que involucraba a toda la familia; y, también, era una solución para mejorar la rutinaria dieta. Del cerdo se aprovechaba todo: desde la sangre, con la que se hacían morcillas de arroz o cebolla,  hasta el salado y seco somarro que se acecinaba para su consevación. Resulta harto dificultoso poder explicar hoy aquel tiempo de penuria a las nuevas generaciones, que tanto se quejan.

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