La foto que asoma hoy en mi chat está tomada en Solanillos del Extremo (a medio camino entre Brihuega
y Cifuentes, dentro de la provincia de
Guadalajara) durante los oscuros años
cuarenta, en los que fue necesario aplicar la cocina de aprovechamiento para
poder subsistir. Pueden hacerse idea de cómo se vivía en el medio rural en
aquellos ya lejanos tiempos. Yo estuve en cierta ocasión en aquel pueblo
alcarreño por razones que ahora no hacen al caso. Todavía recuerdo que desde
allí se veían majestuosas las Tetas de Viana, situadas una de ellas en el
término municipal de Trillo y la otra, en el de Viana de Mondéjar. La primera
es un metro más alta que la segunda. Se trata de dos “muelas” porque sus cumbres
terminan en plano. Son los puntos más altos de La Alcarria. Los alcarreños,
siempre hospitalarios, me ofrecieron, además de miel, agua como algo
excepcional. No entendía la razón de aquel interés. Con el tiempo lo supe
gracias a la lectura de los escritos de Antonio Herrera Casado, médico, historiador
y cronista de la provincia, donde cuenta: “Solanillos del Extremo
puede presumir de tener en su término más de una docena de buenas fuentes, de
esas abundosas, sanas y que nunca se secan. Especialmente hay una, la Fuente
del Pozo que puede formar entre las 3 ó 4 mejores de toda la provincia”. Contra
la creencia popular, en aquellos años de penuria en los pueblos se comía peor
que en las ciudades, es decir, la comida era menos variada. Las estadísticas
señalan que en los pueblos casi no se consumía pescado salvo las
sardinas en salazón que llegaban en tabales de madera y el congrio seco que se
colgaba en las pequeñas tiendas familiares, si es que existían. También mucho
más pan, patatas, aceites de soja o girasol (el aceite puro de oliva se
exportaba), leguminosas y vino. En las ciudades, por el contrario, se consumían
más otros cereales, verduras, frutas, leche, carne, pescado, cervezas y
licores. En el medio rural, del mismo modo, la matanza de cerdo constituía un
festín que involucraba a toda la familia; y, también, era una solución para
mejorar la rutinaria dieta. Del cerdo se aprovechaba todo: desde la sangre, con
la que se hacían morcillas de arroz o cebolla, hasta el salado y seco somarro que se
acecinaba para su consevación. Resulta harto dificultoso poder explicar hoy
aquel tiempo de penuria a las nuevas generaciones, que tanto se quejan.
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