Leo en El
Correo de Andalucía que “CS presidirá el Parlamento y el PP el Gobierno
andaluz con el apoyo de Vox”. Y en ese mismo diario aparece un artículo de Gabriel Ramírez, “¿Son unos fachas los votantes de Vox?”, que me ha hecho
reflexionar. Señala Ramírez que “cuando apareció Pablo Iglesias en el escenario político español nadie quiso construir un cordón de seguridad
alrededor de él o de la formación política que lidera. Si alguien
levantaba la mano para decir que era simpatizante de Podemos no pasaba nada. Ni se le acusaba de
ser un extremista, ni de ser malo para la sociedad española. Los simpatizantes
de Podemos nunca tuvieron que
ocultar lo que eran ni lo tienen que hacer ahora. Y el populismo de
Iglesias es evidente, igual que lo es su
extremismo de izquierdas. Vox irrumpe con fuerza en las instituciones y
se convierte en el peligro público número uno en España. Por su extremismo y por su populismo.
A todo aquel que levanta la mano para decir que es simpatizante de Vox se le señala y se le califica de facha,
de fascista y de loco”. A mi entender, Vox es lo más parecido, salvando
matices, a aquella primigenia Alianza Popular que lideró Manuel Fraga en los primeros tiempos de la Democracia. Vox no tiene
nada que ver con Fuerza Nueva ni con Falange Española. Santiago Abascal, y así me consta, siempre estuvo en las filas del
Partido Popular (durante mucho tiempo a la sombra de Esperanza Aguirre) y fue parlamentario entre 2004 y 2009. Preside hoy una rama escindida del Partido
Popular que siempre estuvo dentro de esa formación política. Vox y Podemos,
como digo, son dos partidos extremistas, uno de derechas y el otro de
izquierdas, que cuentan con un determinado número de simpatizantes y afiliados,
y que se presentan legalmente en las urnas en las municipales, en las
autonómicas, en las europeas y en las generales con mayor o menor fortuna. Eso es
todo. Personalmente no pienso votar ni a uno ni al otro, pero debo reconocer
que cualquier ciudadano tiene derecho a tener una ideología, guste o no guste
al resto de los ciudadanos que votan otras opciones, todas ellas respetables. El respeto democrático es la antesala de la
libertad en todo Estado moderno.
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