No todo el mundo que entra en un restaurante
sabe lo que se conoce como un “villagodio”,
cuyo caldo de cultivo fue, por un lado, el fracaso de un noble metido a
ganadero; y por otro, los deseos de
venganza de un pintor de cierto renombre, según describió Manuel Llano Gorostiza, historiador, crítico de arte y miembro de
la Academia Española de Gastronomía.
El noble fue José de Echevarría y Bengoa,
sexto marqués de Villagodio; y el
pintor, Francisco Iturrino. José
Echevarría, a quien Indalecio Prieto
motejaba como “el marquesito”, no tuvo
mejor ocurrencia que adquirir una ganadería en Coreses (Zamora) cuyos astados,
con hierro HV (iniciales de Hermanos Villagodio) y divisa verde y amarilla, que no servían para la lidia por carecer
de bravura. Mandó construir una plaza de toros en el barrio de Indauchu (entre
las calles Gregorio de la Revilla, Licenciado Poza, Alameda de Urquijo y Doctor
Areilza) de 36 metros de diámetro y con un aforo para 8.500 espectadores. Se
inauguró el 15 de agosto de 1909 con tres novillos de su ganadería y otros tres
de la divisa charra de Clairac (Antonio Peláez Lamamie de Clairac) para los
diestros Ostioncito, Recajo y Reverte II. Según contaba Manuel Llano, y así lo plasmó Imanol
Villa en El Correo (08//08/2010) “todo fue normal hasta que entró en escena
Reverte II. Sus compañeros de faena habían sido muy correctos con los brindis
-todos al marqués, por supuesto- pero el citado diestro apostó por una
dedicatoria para nada normal. Pronunció un discurso que, además de hacerse
interminable, provocó la hilaridad entre la concurrencia y, sobre todo, el
enfado de dos importantes aficionados taurinos que aquel día habían querido ver
con sus propios ojos a los ‘famosos’ novillos del de Villagodio: Serafín Menchaca y el pintor Francisco
Iturrino. Comenzó a llover y la gente se marchó”. Por otro lado, hacía años ya
que Iturrino le tenía ganas al marqués de Villagodio, desde el día en el que el
pintor le había pedido al marqués que le permitiera ir a su finca para poder
pintar a los toros en su ambiente, y el marqués le dio la callada por
respuesta.” Iturrino -siguió contando Manuel Llano al periodista-, como
venganza, cada vez que entraba a un restaurante de Bilbao pedía a gritos ‘¡un
villagodio!’ y ante la sorpresa de los camareros añadía la siguiente
explicación -recogida por Indalecio Prieto-: ‘Sí. Hemos pedido un villagodio,
una chuleta de toro perteneciente a esa ganadería que sólo sirve para carne’”.
Y ese fue el origen del “villagodio”,
cuando se pide en un restaurante un chuletón de novillo de dos o tres años,
de carne roja y asado a la parrilla.
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