sábado, 6 de agosto de 2022

"Villagodio"

 


No todo el mundo que entra en un restaurante sabe lo que se conoce como un “villagodio”, cuyo caldo de cultivo fue, por un lado, el fracaso de un noble metido a ganadero; y por otro,  los deseos de venganza de un pintor de cierto renombre, según describió Manuel Llano Gorostiza, historiador, crítico de arte y miembro de la Academia Española de Gastronomía. El noble fue José de Echevarría y Bengoa, sexto marqués de Villagodio; y el pintor, Francisco Iturrino. José Echevarría, a quien Indalecio Prieto motejaba como “el marquesito”, no tuvo mejor ocurrencia que adquirir una ganadería en Coreses (Zamora) cuyos astados, con hierro HV (iniciales de Hermanos Villagodio) y divisa verde y amarilla, que no servían para la lidia por carecer de bravura. Mandó construir una plaza de toros en el barrio de Indauchu (entre las calles Gregorio de la Revilla, Licenciado Poza, Alameda de Urquijo y Doctor Areilza) de 36 metros de diámetro y con un aforo para 8.500 espectadores. Se inauguró el 15 de agosto de 1909 con tres novillos de su ganadería y otros tres de la divisa charra de Clairac (Antonio Peláez Lamamie de Clairac) para los diestros Ostioncito, Recajo y Reverte II. Según contaba Manuel Llano, y así lo plasmó Imanol Villa  en El Correo (08//08/2010) “todo fue normal hasta que entró en escena Reverte II. Sus compañeros de faena habían sido muy correctos con los brindis -todos al marqués, por supuesto- pero el citado diestro apostó por una dedicatoria para nada normal. Pronunció un discurso que, además de hacerse interminable, provocó la hilaridad entre la concurrencia y, sobre todo, el enfado de dos importantes aficionados taurinos que aquel día habían querido ver con sus propios ojos a los ‘famosos’ novillos del de Villagodio: Serafín Menchaca y el pintor Francisco Iturrino. Comenzó a llover y la gente se marchó”. Por otro lado, hacía años ya que Iturrino le tenía ganas al marqués de Villagodio, desde el día en el que el pintor le había pedido al marqués que le permitiera ir a su finca para poder pintar a los toros en su ambiente, y el marqués le dio la callada por respuesta.” Iturrino -siguió contando Manuel Llano al periodista-, como venganza, cada vez que entraba a un restaurante de Bilbao pedía a gritos ‘¡un villagodio!’ y ante la sorpresa de los camareros añadía la siguiente explicación -recogida por Indalecio Prieto-: ‘Sí. Hemos pedido un villagodio, una chuleta de toro perteneciente a esa ganadería que sólo sirve para carne’”. Y ese fue el origen del “villagodio”, cuando se pide en un restaurante un chuletón de novillo de dos o tres años, de carne roja y asado a la parrilla.

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