lunes, 8 de agosto de 2022

La sanadora sopa de ajo

 


Decía Julio Camba que la cocina española está llena de ajo y de preocupaciones religiosas. No iba equivocado. Tal vez por esa razón en la sopa de ajo se cumplen esas dos particularidades. La contundente sopa de ajo, también llamada sopa castellana (salvo pequeñas diferencias)  fue un remedio contra el hambre y era, y lo sigue siendo, típica de la Semana Santa; es decir, en tiempos de ayunos y abstinencias cuaresmales, por carecer de carne entre sus ingredientes. La pequeña diferencia entre ambas sopas solo es en lo tocante al caldo. La sopa castellana es más acuosa que la sopa de ajo. El motivo es que a la segunda se le deja más tiempo reposar, para que el pan chupe parte del caldo y se quede más espesa. La sopa de ajo nació en tierras de Zamora como aprovechamiento del pan duro. Dice una vieja sentencia popular que las sopas de ajo tienen siete virtudes: quitan el hambre, dan poca sed, ayudan a conciliar el sueño, son fáciles de digerir, nunca enfadan, siempre agradan y crían la cara colorada. Existe la leyenda de que Jaime I enfermó en Alcañiz (Teruel) en 1237, durante la conquista de Valencia. Una anciana dijo tener la solución para sus males, que no sabemos cuáles eran. La anciana dijo tener todos los ingredientes necesarios para el tratamiento real salvo unas cabezas de ajos, que consideraba imprescindibles en su pócima. La dificultad estribaba en que, para conseguir esos ajos, era necesario adentrarse en territorio enemigo. Se presentaron tres voluntarios y solo uno de ellos logró regresar con vida. La anciana hizo unas sopas de ajo que tomó el rey aragonés y logró sanarse. Cuando se enteró el rey del precio en vidas pagado por aquellos voluntarios exclamó: “¡Caros ajos!”. Más tarde, en 1238, tras la Batalla de El Puig y una vez rotas las defensas de la taifa del rey musulmán Zayyan, el rey aragonés Jaime I entraba triunfal en Balansiya (nombre árabe de Valencia), anexionando finalmente el Reino de Valencia a la Corona de Aragón en 1245. Nada de ello hubiese sido posible sin la cuajada sopa de ajo de aquella anciana alcañizana cuyo nombre nunca pasó a la Historia. Tal vez porque lo que describo nunca fue del todo verdad. La fórmula es simple. Para 4 personas: 4 rodajas de pan duro, 4 huevos, 8 dientes de ajo, una cucharadita de pimentón dulce, litro y medio de agua, aceite de oliva (para cubrir el fondo de la cazuela, a ser posible que sea de barro refractario) y algo de sal. Para saber si una cazuela de barro es apta para guisos, nada mejor que pasar un bastoncillo o cotonete humedecido por su superficie. Si el frote de ese adminículo en la superficie de la cazuela cambia de color amarillo a rojo, esa pieza de alfarería tiene plomo y hay que desecharla. Si el bastoncillo no muestra cambios de coloración, el recipiente de barro es seguro para contener y guisar alimentos. Hecha esa observación, todo ello se deja al fuego unos 15 minutos con un ligero borboteo hasta que espese. Se toma caliente.

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