jueves, 11 de agosto de 2022

Vinos enlatados

 


La peregrina idea de enlatar vinos en España puede que se ponga de moda, pero conmigo que no cuenten. Si no soporto el vino envasado en tetrabrik, salvo el vino blanco de guisar, imagínese usted sacar latas de vino de una máquina tragaperras. Dicen que  el mercado mundial del vino enlatado está en alza en países como Estados Unidos, Sudáfrica y Australia y que esa opción empieza a expandirse a otras naciones. Hoy, en el diario El País, en un artículo firmado por Ángel Delgado, se señala: “Hoy más de una docena de empresas, entre ellas algunas bodegas de prestigio, comienzan a ofrecer su vino enlatado: Zeena, Ah-So Wine (de Bodegas Artadi, pero solo para EE UU), De Haan Altés, Can-Vi, Be Toff, Castelo de Pedregosa, Glass Canned Wines, Bodegas Don Octavio, Vitivinícola del Mediterráneo, Cooperativa El Progreso, Born Rosé Barcelona, Celler Batea, Codorníu o Croft Twist. Una oferta que crece según se consolida la demanda”. A mi entender, la botella de vino no puede reemplazarse, como no se puede privar al consumidor del rito del descorche  y el posterior olor de su tapón. No concibo, estando invitado a comer en casa de un matrimonio amigo, aparecer con unas latas de “Batea Blanc 2021” (garnacha blanca) con sus características impresas en inglés para que de inmediato las pongan a enfriar en la nevera, como si se tratase de latas de cerveza. El vino es algo vivo que en botella (da igual su forma: borgoña, rhin, champagne o  bordelesa)   evoluciona con la oscuridad y la temperatura de la bodega y los aromas terciarios se afinan. Uno de los mayores enemigos del vino es el oxígeno, capaz de conseguir avinagrarlo o que pierda aroma. España es a día de hoy el primer país en superficie destinado a viñedos y uno de los primeros exportadores de vino con el impulso que les dio las denominaciones de origen. Pero se da la paradoja de que los españoles somos los que menos vino consumimos. No llegamos a 20 litros por persona y año. En Francia, Italia y Portugal el consumo es más del doble. Esa desafección española ha ido en beneficio de la cerveza. Buena culpa de ello la tienen las cartas de los restaurantes, con precios excesivos a vinos infames. Pero lo más triste es que al turista extrajero, ese que se deja los cuartos a mayor gloria de la Balanza de Pagos, pero que consigue que aumente la carestía de vida en los litorales de nuestras costas,  le da igual un “cariñena”, un “rioja” o un vino peleón. Le trae al pairo la calidad de vino que le meten en la jarra de la maldita sangría, que ha pasado a ser “denominación protegida” por el Parlamento Europeo. ¿Un espaldarazo para la “marca España”?  Pues nada, que sean también el sexo y el sol los otros atractivos en nuestro marketing turístico.

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