domingo, 14 de agosto de 2022

España a la brasa

 


Media España está de vacaciones en la playa o en los pueblos que un  día abandonaron; y la otra media, devorada por los incendios y convertida en brasas. La prensa aragonesa señala que “la Guardia Civil cierra la semana con 21 rescates en el Pirineo: caídas, agotamientos, extravíos y hasta un  ataque de pánico”. También nos enteramos de que un hombre ha muerto en Cella (Teruel) corneado por un toro de fuego, y que hay una espectadora herida tras caerse desde una balconada de la plaza de toros en Huesca. Como el lector puede comprobar, los fastos son un trastorno social intensificado por el consumo de alcohol y por la impericia de palurdos que suben por escarpados montes sin el equipo personal adecuado para tal menester, sin ser conscientes de que en su trayectoria por esos estrechos senderos montaraces puede sobrevenirles una repentina tormenta, o despistarse y no saber regresar al punto de partida, que de todo hay. Lo que menos importa aquí y ahora es si el jefe del Estado se levantó o no ante la espada de Simón Bolívar durante la toma de posesión de Gustavo Petro en Colombia. Como señala Ramón Reig: “Que se desee desgastar a un rey para poner una república no es tampoco relevante”. Pero la ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra,  exige una disculpa. ¿Disculpa por qué? Y un diputado de Podemos por Granada que prometió la Constitución, Pedro Honrubia, ha dicho que “se echa de menos una buena guillotina”, algo parecido a lo que dijo otra actual ministra, Irene Montero, en 2013, supongo que cuando era cajera de un supermercado. Que un diputado, que levanta 86.000 euros anuales por sentar sus posaderas en un escaño del Congreso y sin decir esta boca es mía durante toda la Legislatura, haga esas declaraciones (más propias del líder jacobino Robespierre, que terminó recibiendo esa afilada “medicina”) me parece fuera de lugar. Pero lo de la ministra Belarra es peor aún, me parece una auténtica desvergüenza, impropia de un miembro del Gobierno. La espada de Bolívar no es un símbolo de Colombia, de la misma manera que al espada Tizona de Díaz de Vivar, el sable de Manuel Pavía, o el “nueve largo” de Antonio Tejero no son símbolos de España. Como tampoco lo son el botijo, la peineta, las castañuelas, el mantón de Manila, o los adoquines de Calatayud. Por estos pagos, en los que jugar al guiñote (ese libro de las 40 hojas donde la sota vale más que el caballo) forma parte de nuestra cultura aragonesa, la única espada que tiene la máxima validez sobre el tapete verde cuando va de as de triunfo es la conocida “espadilla”, de don Heraclio Fournier. Y si me apuran, también el estoque de cruceta de Melanio Canela, sobresaliente de la cuadrilla de Niño de Trespaderne, que lo colocaba en su sitio, siempre con el permiso del maestro, sin que le temblase el pulso. Después se desmonteraba y saludaba al respetable sin perder la compostura para recoger la ovación.

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