miércoles, 10 de agosto de 2022

Hambruna

 


Contaba Manuel Martín Ferrand que los españoles hemos pasado mucha hambre. Decía: “Nos hemos conformado -¡qué remedio!- con unas gachas de almorta que producían latirismo, una especie de parálisis, y todas las bellotas del campo. Las sobras  de pan con un vestigio de tocino era un lujo para nuestros antepasados. De hecho, hasta entrado el siglo pasado, comer, y hacerlo a diario, era cosa de poderosos. Y no de todos”. En la posguerra pasó algo parecido. En ocasiones había que buscar en el estraperlo para los artículos culinarios más nimios. Causó 200.000 muertes en España por la mala alimentación o por las enfermedades derivadas de ella. Los perdedores de aquella guerra no tuvieron derecho al trabajo remunerado ni acceso a la cartilla de racionamiento. Se vieron obligados a agudizar el ingenio, a base de ingerir pan de bellota o cocidos con cardillo o tagarnina, que brotaban cerca de los arroyos, las cunetas y los linderos. Pero lo más triste de todo fue que aquella legión de desharrapados y alienados españoles seguía vitoreando a Franco en cada ocasión que se le presentaba. Pero lo que parecía cosa de otros tiempos está ocurriendo ahora en África, (sobre todo en República Centroafricana, Chad, Yemen, Madagascar y Zambia) según los informes de la FAO, por culpa de la falta de cereales, bloqueados por Putin en la guerra de Ucrania, la persistente sequía derivada del cambio climático, la falta de una regulación sanitaria de vacunas, los conflictos bélicos, etcétera. Como muestra escalofriante, en Somalia, el 12,7% de los niños y niñas mueren antes de cumplir cinco años. Todas esas circunstancias desatan una incontenible ola migratoria hacia la rica Europa, que no puede seguir mirándose el ombligo.

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