lunes, 15 de agosto de 2022

La manga corta, los mormones y la calor que no cesa

 


Partiendo de la base de que uno puede vestir en verano como le venga en gana, yo me inclino por la manga de camisa remangada sin llegar hasta el codo que por la horrorosa manga corta. Me parece más elegante. Hoy, precisamente, escribe sobre ello María Luisa Funes en El Debate. Recuerdo que cuando estuve en Sevilla los hombres solían ir en verano con guayabera, también llamada cubana, prenda que se me antojaba cómoda y fresca siempre que fuese de algodón o lino. Las había de manga larga y de manga corta y con más alforzas verticales o con menos. Las más elegantes, siempre de manga larga, llevaban más plisados que las vulgares, que solo llevaban a lo sumo tres. Todas contaban con tres bolsillos: uno en la pechera y los otros dos, en los faldones. Existen varias versiones sobre el primitivo uso de esa prenda. Unos afirman que por el año 1709 un campesino de Sancti Spíritus (Cuba) le pidió a su mujer que le hiciera una camisa cómoda para trabajar en el campo.  Otros cuentan  que un inmigrante español en el siglo XVIII montó una sastrería en la villa cubana señalada donde vendía camisas largas con bolsillos cómodos para guardar la petaca con picadura de tabaco.  En principio esa prenda se llamó “yayabera”, por usarse en la zona del río cubano Yayabo. Pero los campesinos acostumbraban a hacer acopio de guayabas y a guardarlas en sus grandes bolsillos, lo que dio origen a que se le cambiara el nombre. Pues bien, María Luisa Funes comenta en su artículo que “la manga larga supuso una barrera de diferenciación de clases durante siglos. Los puños blancos eran a la camisa lo que los tacones rojos de Luis XIV al zapato, toda una muestra del nivel de servicio del que se disfrutaba en cada casa y de la posición social que ocupaban sus miembros”. En algo sí coincidimos la articulista y servidor de ustedes: la única alternativa a la manga algo remangada  de la camisa en actos informales son los polos de piqué, a ser posible sin logos en la parte superior izquierda. El que quiera anuncios de marcas comerciales (el cocodrilo de “Lacoste”, la corona de laurel de “Fred Perry”, el ala de una diosa griega de “Nike”, las rayas en forma piramidal de “Adidas”, etcétera) que los pague. No hay cosa más ridícula que ver a alguien con un polo con marca falsificada adquirido en un tenderete de mercadillo. O a un  lechuguino desgarbado caminando por la calle con camisa corta, corbata y un libro en la mano. Siempre te alejas como si hubieses visto a la bicha, pensando que puede ser un mormón dispuesto a contarte lo de Noé y el Diluvio Universal. Con la calor africana que padecemos, la galopante inflación y la pertinaz sequía que arrastramos…,¡lo que nos faltaba!. Seguir la doctrina de un tal Joseph Smith, hijo de un granjero que consumó 40 matrimonios y tuvo una cincuentena de hijos es como para tocar madera, oiga.

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