martes, 25 de abril de 2023

Sobre las teclas de un piano

 

Aunque parezca increíble, en cierta ocasión le pregunté a un compañera de trabajo que acababa de terminar la carrera de piano por el número de teclas que tenía un piano-forte, intermedio entre el clavicordio y el piano del siglo XIX. Y me contestó, sin despeinarse, que dependía de su tamaño y si éste era vertical o de cola. En suma, no supo contestar a esa sencilla pregunta; es decir, que un piano estándar dispone de 88 teclas (36 negras y 52 blancas). Cosa diferente hubiese sido que no entendiera  el motivo de esas 88 teclas cuando el piano tiene 7 octavas y que, como cada octava dispone de 12 teclas (7 blancas y 5 negras) el total  suma 84. Sólo conozco una excepción a la regla general de un piano de más teclas, el piano “Bösendorfer 290 Imperial”, que dispone de 97 teclas. Por otro lado, hoy me entero por un suelto de Héctor Herrera en La Razón de algo que desconocía: para qué sirven las “hojas de cortesía” de un libro. Nunca me paré a pensarlo pese a ser un enamorado de  libros y bibliotecas. “Cuando tenemos un libro en las manos –cuenta Herrera- lo primero que podemos apreciar es su cubierta, formada a su vez por la portada, el lomo y la contraportada. Al abrirlo, el primer elemento con el que nos encontramos son las guardas. Estos papeles suelen ser de un papel distinto y más resistente al utilizado para la impresión del resto del volumen. De hecho, suelen estar impresas con diferentes colores, motivos o imágenes.  Las cubiertas no están unidas a la tripa del libro por el lomo, sino que son las guardas las que sirven de nexo entre la cubierta y la tripa del libro, que es como se conoce al grueso del volumen que contiene el texto y que puede estar a su vez formado por cuadernillos cosidos o por hojas encoladas en el lateral”. Un poco más adelante, Herrera aclara al lector que esas “hojas de cortesía” tienen tres usos: primero, el estético; el segundo, el práctico, porque  las hojas de cortesía sirven para pegar la guarda que mantiene el libro unido a las cubiertas; y el tercero, paras añadir notas, la dedicatoria del autor, o que a uno le venga en gana. Como puede desprenderse, ni mi compañera melómana sabía cuántas teclas tiene un piano ni yo conocía hasta hoy para qué servían las “hojas de cortesía”. Y menos mal que nadie me ha preguntado cuántas teclas tienes una máquina de escribir, o mi teclado del ordenador, o la calculadora... En rigor, no hubiese sabido responder a esas preguntas. A mí, en la escuela, sólo me enseñaron a contar hasta doce, el número de los apóstoles. Hágase cargo el lector de mis limitaciones.

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