jueves, 20 de abril de 2023
La Monarquía, ¿a quién beneficia?
Con motivo del viaje de ayer a
Sangenjo del rey emérito, el catedrático
de Derecho Constitucional en la Universidad de Sevilla, Javier Pérez Royo, pone el dedo en la llaga y escribe en Eldiario.es lo que la gran mayoría de
los ciudadanos españoles indignados pensamos: “Una
persona que continúa usando el título
de rey, aunque sea honorífico, mantiene el tratamiento de “majestad” y sigue siendo capitán general
de las Fuerzas Armadas, aunque sea en la reserva, no puede establecer su
residencia fuera del Estado ni sustraerse a sus obligaciones tributarias”. (…) “Juan Carlos de
Borbón no ha pasado a ser un ciudadano
español más, como lo somos todos los demás y, en consecuencia, su posición
jurídica no le permite hacer lo que está haciendo. O renuncia de manera real y
efectiva al título de rey, a la condición de “majestad” y de capitán general de
las Fuerzas Armadas o no solo no puede establecer su residencia fuera del
territorio del Estado, sino ni siquiera ‘entrar y salir libremente’ de España.
Necesitaría autorización de las Cortes Generales para poder hacerlo. Los demás
ciudadanos podemos ejercer el derecho reconocido en el artículo 19 de la
Constitución de la manera que nos parezca apropiada. Él no puede. Porque no es
un ciudadano más, sino que tiene un estatus jurídico distinto y único para él.
El principio de igualdad no le es de aplicación”. Me parece muy acertado todo
lo que dice Pérez Royo sobre el anterior jefe del Estado puesto a dedo por un
sátrapa. El respeto hay que ganarlo, ya que no viene de serie, por una cuestión
de derechos sucesorios ni de augusta bragueta. Si Juan Carlos de Borbón quiere residir en España, nada que objetar.
Que lo haga, pero que pague impuestos, que tenga un comportamiento exquisito
como se espera de él y que sea un ciudadano más, con derechos, obligaciones y,
por supuesto, sin aforamientos. Mientras eso no ocurra, no merecerá mi consideración ni mi respeto. Para
mí, los Borbones, en su conjunto,
son un lastre que soportamos desde el testamento en 1700 de Carlos II, el último Habsburgo en
el trono de España, en beneficio de Felipe
de Borbón, nieto del rey Luis XIV de
Francia y María Teresa de Habsburgo,
hermanastra mayor del rey español conocido como El Hechizado y al que se le conocería como Felipe V, que nos costó
la Guerra de Sucesión y todo lo que vino detrás. Personalmente
apuesto por la República, consciente de que a día de hoy ese deseo solo sea un
brindis al sol. No aprendimos nada con la huida cobarde de Alfonso XIII en 1931, nieto de “la
Dama de los Tristes Destinos” e hijo póstumo de un monarca tuberculoso,
conocido como El Pacificador, muerto en El Pardo a los 28 años y proclamado rey años antes en Sagunto por el general Martínez Campos. Seguimos tropezando
siempre en la misma piedra, pero no escarmentamos. ¿Dónde están ahora los ¿“juancarlistas”? ¿En qué caverna se esconden
los que apostaron por El Campechano?
Me parto de risa. Es como si viese a un burro comiendo higos. La Monarquía, por
muy parlamentaria que sea según la Constitución del 78 ¿a quién beneficia? Solo
a los lacayos, a los vanidosos aspirantes a obtener un título nobiliario que no
sirve para nada, a los amantes de la genuflexión al estrechar la mano en el Salón
del Trono y la sumisión más bochornosa de unos enanos saltarines y unos estómagos
agradecidos a no sabemos qué, que ahora aplauden en Sangenjo a los tripulantes
del “Bribón” y que sueñan con
aparecer en el papel cuché A.M.D.G., como diría Ramón Pérez de Ayala, del auténtico bribón que se esconde de
nosotros para reírse. Me moriré sin entenderlo.
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