Un “chamuyo” (léase
chamullo) dicho así, en lufardo, argot argentino, ha hecho sonreír a los viandantes que pasaban
por la madrileña Puerta del Sol. Su autor, el chileno Nico Miranda. El material empleado es de poliuretano, tanto en la
figura como en el pedestal. Juan Carlos
de Borbón, rey emérito, aparece de pie y apuntando con una escopeta de caza
a la estatua del oso y el madroño instalada en esa castiza plaza. Tiene su
gracia, por mucho que Martínez-Almeida,
el alcalde de la villa, carente de sentido del humor, haya hecho unas
declaraciones donde no dice nada bonito sobre su autor. Lo cierto es que pasados
unos pocos minutos se han retirado tanto el pedestal como la figura de ese
lugar. A los españoles metidos a políticos a la violeta les falta sentido del
humor. Solo ven el sentido trágico de la vida. Y eso les mata. La figura del
rey, aunque éste sea emérito y de escaso mérito, les parece intocable y si
pudiesen mandarían a Nico Miranda a la
hoguera, como en tiempos de la Inquisición. La chanza, en tiempos de tribulaciones,
como son los actuales, alegra el espíritu del ciudadano cabreado y harto de
pagar impuestos para mantener, entre otras muchas cosas, a los guardaespaldas de Froilán y de su hermana Federica,
la que atropelló el pasado 24 con el caballo que montaba a una viandante de veinte años en la Feria de
Abril, con las consecuencias de que esa joven tuvo que ser trasladada a un hospital. Pero la
sobrina del rey y nieta del rey emérito ni se paró por ver que sucedía. Se
limitó a mirar y a pasar de largo. El resultado de esa pisada de caballo fue un
esguince y tener que andar con muletas. Es normal que a la nieta del rey
ausente le lluevan las críticas. En cualquier país de nuestro entorno, la
imagen de ese rey padre en poliuretano intentando tumbar al oso de bronce de un
cartuchazo aunque fuese de sal hubiere causado carcajeo en los ciudadanos de a
pie. Pero en España, que tenemos la Monarquía sujeta con alfileres, digámoslo
pronto y claro, todo lo referido a la familia del Rey debe ser filtrado y
analizado en profundidad (palabra que me produce sarpullido) antes de
publicarse o de saltar a los medios. Hay como un cobarde pacto de silencio
periodístico para no llamar a las cosas por su nombre. La familia del rey, como
dice un vecino de mi pueblo, es el “Santo
Bendimiento”, algo que nunca supe qué significaba pero que, dicho así, me
infundía mucho respeto, casi tanto como la custodia presente en el altar mayor
de la catedral de Lugo.
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