viernes, 14 de abril de 2023

La Primera Comunión

 

Me viene a la cabeza la canción de Juanito Valderrama, “Su primera comunión”, que comienza: “Como una blanca azucena, / lo mismito que un jazmín / mi niña va hacia la iglesia, / a la iglesia de san Gil…”. Amparo Más Palmer, valenciana de Oliva, contaba en el diario Córdoba (17/2/2010)  cómo nació aquella canción. Señalaba que su padre era un forofo del cantante y siempre que actuaba por Valencia o sus aledaños acudía al espectáculo. “Una noche -cuenta Amparo en su entrevista-,  cuando volvía de verlo actuar en Ondara, su padre encontró a Juanito Valderrama intentando cambiar una rueda pinchada del coche. Se paró, le ayudó, y desde entonces nació entre ellos una relación que duró hasta la muerte de ambos”. Sigue contando Amparo que “tanto Juan Valderrama como Dolores Abril cuando actuaban por la Comunidad Valenciana aprovechaban para visitarnos en casa y normalmente comían con nosotros. Un día, al término de una cena, Juan Valderrama vio la foto de mi primera comunión colgada de un cuadro en la pared. Tras observarla unos momentos se inspiró y le dijo a Fernando, mi padre, que le dejara unos folios en blanco. Al no tener papel en casa, escribió la letra en las tapas interiores de una novela. En ese momento nació una de las canciones que más éxito le dieron en su carrera”. Todo lo que cuento viene a colación con algo que he leído en la prensa local y que me ha dejado estupefacto: “Las familias aragonesas gastan -según sostiene la OCU- entre 2.300 y 5.000 euros en la Primera Comunión, en función del vestuario del menor, el restaurante elegido, los recordatorios, las fotografías y, en muchas ocasiones, el viaje a un parque temático”. La inmediata del invitado es preguntarse: ¿cuánto dinero hay que entregar a los padres del comulgante para poder salir medianamente airoso de la convidada?  Porque aquí ya no sirve regalarle al niño una caja de bombones, una pluma estilográfica o un libro de cuentos, como era costumbre hace años. Cuando los padres del actor, o sea, del comulgante, deciden “tirar la casa por la ventana” hay que echarse a temblar. Al final decides asistir al evento, te topas con un niño vestido de almirante y cursi como un repollo con lazo, una madre de tiros largos y un padre descorbatado, unos  invitados a los que no conoces ni de vista; y lo que es peor, al no tener un sitio asignado en el banquete terminas sentándote en el primer hueco lejano que encuentras al fondo del comedor,  junto a unos tipos que dejan la chaqueta colgada en el respaldo de la silla y se remangan, que gritan al hablar, que hacen ruido al comer, que soplan la sopa caliente y que al término del almuerzo se arrancan a cantar “Pulida magallonera. Dan ganas de salir huyendo al estilo de cómo lo hacía el forajido a lomos de un maltratado rocín en su intento de cruzar río Bravo y librarse de sus perseguidores.

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