Cuando ya estaba convencido de que se conocían todas las piedras del mundo al otro confín, como se decía en un cuento que se radiaba en mi infancia, me llevo la sorpresa de que en Lugo ha aparecido una nueva especie mineral: la ermeloíta (fosfato de aluminio) que se ha dado en llamar así por haberse encontrado en un monte de Esculca, en Ermelo, feligresía de Bueu, en la comarca de Morrazo, provincia de Pontevedra. (La feligresía de Santiago de Ermelo, que tal es su verdadero nombre, aparece descrita como lugar en el séptimo volumen del “Diccionario Geográfico y Estadístico” de Madoz, 1847, p. 502). Bueu está formado por 5 parroquias: Bueu, Beluso, Cela, Ermelo y la Isla de Ons, que suman poco más de 12.000 habitantes para una extensión de 30 kilómetros cuadrados. Pero esa piedra encontrada no ha sido el único descubrimiento de la zona. En el año 2000, en el paraje de Pescadoira se descubrió un horno alfarero completo perteneciente a los siglos II y IV y que hoy se conserva en el Museo Massó (antigua conservera de Massó Hermanos, junto al puerto). La idea de crearlo fue de Guillermo Marconi, cuando en 1928 hizo una visita a la entonces conservera gallega. Se abrió al público en 1932 y en 1994 fue adquirido por la Xunta de Galicia. La entrada es gratuita. Un conocido de barra de taberna me cuenta, mientras tomamos un vermú con sifón y unas sardinas en salmuera en la “Antigua Casa Paricio”, que los aragoneses podemos presumir de contar con el aragonito, una de las formas cristalinas de carbonato de calcio, incoloro, brillo anacarado y cristales hexagonales, al tiempo que me recalca una frase de buen aragonés: “De lo que tenemos, no nos falta de nada”. Lo que desconoce Paco, creo que se llama Paco, es que el nombre “aragonito” no hace referencia a Aragón sino a Molina de Aragón, en la provincia de Guadalajara, donde se encuentra uno de los principales yacimientos. El nombre del mineral en cuestión se debe a Abraham Gottlob Werner, quien en 1788 lo definió a partir de unos ejemplares procedentes de esa fría ciudad alcarreña que él atribuyó erróneamente a Aragón; y que aunque carente de nombre ya aparecía en el libro del fraile franciscano granadino José Torrubia, titulado “Aparato para la Historia Natural Española”, publicado en 1754 en la imprenta madrileña de los herederos de Agustín de Gordejuela.
--Anda, Paco, déjame pasar.
Pues nada, que se acaba octubre y llega el momento de llevar flores a las sepulturas. Siempre recordaré a una conocida que todos los años llevaba al cementerio el mismo ramo de flores de plástico imitando gladiolos rojos y hortensias blancas. Lo colocaba sobre la tumba de sus antepasados y allí permanecía ella silente y contrita hasta la caída del sol. Era entonces cuando la buena señora recogía el ramo y se lo volvía a llevar a su casa envuelto en celofán, lo metía en un armario y lo dejaba cuidadosamente tapado hasta el año siguiente. Aquel ramo de plástico dio mucho de sí, aunque con el tiempo fue perdiendo color, como pasaba con el crepúsculo. Las flores de mentira pueden llegar a ser tan bellas como las flores de verdad. Lo verdadero que parece falso y lo falso que parece verdadero se encuentran en el origen de toda una cultura artística: el falso mármol de madera imitando el granito en algunas encimeras de cocinas, las columnas de madera con apariencia de piedra de algunos chalecitos horteras, o esos pequeños elefantes de escayola que intentan imitan el marfil… Conozco a más de uno al que le parece de mal gusto el efímero Art nouveau inspirado en la naturaleza y que terminó derivando en el Art déco, con características marcadamente diferentes. Goethe dijo: “Auch das Unnatürlischste ist Natur” (“Hasta lo menos natural es natural”). Otra cosa es que determinada cosa, llámese cuadro, edificio, jarrón, diseño gráfico, etcétera, guste o no guste a aquel que lo contempla. Aquella buena señora que cada primer día de noviembre depositaba un ramo de flores de plástico, siempre el mismo, sobre la tumba de sus parientes muertos actuaba de un modo natural, no le quepa a usted, amigo lector, la menor duda.
Es un hecho cierto que se produce en España un excedente de vino y que no se sabe cómo darle salida. Ayer, la prensa gallega comentaba que las bodegas de la D.O. Ribeira Sacra no comprarán este año uva a los pequeños viticultores. Algo parecido sucede en Extremadura, en La Rioja, en Valdepeñas, etcétera. El caso de la D.O.Toro es distinto. Por un lado, cada año se celebra con carrozas y serpentinas la “Fiesta del vino”; y por otro, COAG asegura que la no concesión de ayudas al arranque de viñedo aboca al abandono de más de 95.000 hectáreas. Pero en esta vida casi todo tiene solución. El vino sobrante puede destinarse a hacer alcohol etílico, como de hecho se está haciendo. Lo que sucede es que el precio por litro abonado (sobre 1,20 euros) es muy inferior al de su comercialización en bodega. Esa es, sin embargo, una forma coherente de equilibrar las capacidades de almacenamiento. Otra medida importante sería la rebaja del precio de las botellas en el mercado por la caída del consumo y de las exportaciones, algo a lo que se resisten los vinateros. Lo cierto es que se bebe menos vino por estar más caro y por haberse reducido la demanda. Hoy, la verdadera guerra comercial se encuentra en el sector de la cerveza, que es la que ha ganado la partida en el consumo del hogar y en la hostelería, y donde todas las multinacionales quieren hacerse hueco. Pero la verdad es que en los bares cada día (y cada tardeo) se piden más cañas de grifo y menos chatos de un vino de dudoso gusto. No cabe duda de que ha habido un cambio generacional. Además de ello, el turismo, principalmente alemán e inglés, que visita nuestro territorio es muy de cerveza, que tiene menos calorías: 50 calorías por mililitro frente a las 70 del vino. Dentro de los vinos, cuanto más joven es, más azúcar contiene. Y de ellos, el que menos engorda es el vino blanco con más de dos años. Tomen nota. El chiquiteo, entendido como tal (medida que equivalía a la cuarta parte de un cuartillo) con vasos cortos de culo gordo y para un solo sorbo, quedará para el Botxo de Bilbao, el Barrio Húmedo de León, la calle Laurel de Logroño y poco más. En el diario El Correo (16/04/18) recuerdo haber leído un artículo de Ana Vega Pérez de Arlucea donde señalaba que “en 1931 la revista gráfica 'Estampa' dedicaba un artículo a los chiquitos y sus chiquiteros como iconos del bilbainismo. Sus templos, locales donde se habla fuerte y se grita y se canta mucho, eran las numerosas tabernas del Casco y Bilbao la Vieja. Eran famosas las de Donato, Zenón, Luciano, Heredia, Samuel, Ochoa, Josechu, Amorrortu, la Zornozana o la del ex dirigente socialista Facundo Pérezagua, quien lo mismo despachaba chiquitos que arengaba mítines. En aquella revista gráfica se incluía, además, una foto en la que se podían ver vasos de auténtico chiquito con culo gordo; esos vasos de cristal, peso descomunal y poco fondo que se venden ahora como suvenires. Estuvieron en uso hasta mediados de los 70 junto a sus inseparables compañeras la jarra de porcelana y la cafetera esmaltada, con las que se rellenaban después de cada trago. En el catálogo de productos de la fábrica de vidrios ‘Cifuentes y Pola’ (Gijón) de 1888, ya aparecían varios vasos similares al que ahora conocemos como chiquito, que originariamente fueron recipientes para lámparas de aceite, según describe José de Orueta en su libro “Memorias de un bilbaíno, 1870 a 1900”.
La folclórica y derrochona alcaldesa Chueca se ha propuesto gastar más de un millón de euros en la
próxima iluminación de las fiestas navideñas. Esa señora, que ha conseguido que
las últimas fiestas pilaristas hayan sido las peores en décadas, a mi entender,
ha perdido la aguja de marear y está convencida de que el dinero de los
zaragozanos es suyo y puede hacer con él lo que le venga en gana. La derechona, a este paso, pronto volverá a
los saraos en La Lonja de otros tiempos a mayor gloria de las élites ‘de pan pringao’, lo que algunos imbéciles han dado en
llamar “la gente de bien”, para que puedan
lucir esmóquines y trajes de noche en ese recinto; y que el resto, ¿“la gente de mal”?, podamos hacer
corrillos en la calle para observar in
situ cómo entran y salen esos personajillos de hojalata de bote de tomate, que también es una
forma de que el populacho disfrute a su manera, que es de lo que se trata. La
folclórica alcaldesa, digo, todavía no nos ha informado en rigor sobre cuál será el coste final de la nueva Romareda o cuánto subirá las tasas de los servicios
municipales y cuantas multas deberán tramitar los guardias municipales (vulgo 'guindillas') para intentar mitigar tal despropósito. Esa señora se está transformando en una imagen grotesca y
estrafalaria (al estilo de los espejos grotescos del madrileño Callejón del Gato)
de Luis II de Baviera, que ordenó la
edificación de hermosos castillos, que representaba escenas de las óperas
románticas de Richard Wagner, que paseaba
por el lago de
Starnberg entre cisnes, abedules y castaños de Indias, y que gobernó con tintes absolutistas. Pero
la culpa de tener que sufrir a esta chocante alcaldesa no es de ella sino de
quienes votaron la lista del Partido Popular en las últimas elecciones
municipales buscando afanosamente el oropel de chamarilero. ¿Cuál será el siguiente antojo de esa folclórica alcaldesa? ¿Qué pasa por el cerebro de una muñeca Nancy? Nadie lo sabe. Zaragoza
no es Vigo ni aquí administra la ciudad el excéntrico Abel Caballero. El derroche en luces navideñas en un Estado aconfesional
parece un contrasentido, y lo es. Hay hogueras de
vanidades como las que pretende Chueca para que la gente salga a la calle y
gaste, y luces de bohemia, como las reflejadas en la obra de Valle Inclán, publicada hace ahora
justo un siglo, donde la escena principal discurre
en ese ‘callejón’, cuya denominación oficial es “calle de Álvarez Gato”, en recuerdo de un poeta judío converso que
llegó a mayordomo de Isabel I de
Castilla, usurpadora del trono que le correspondía a Juana de Trastámara, hija de Enrique
IV de Castilla y donde fueron testigos de su jura unos verracos de granito
(mal conocidos como toros en ‘El Quijote’)
prerromanos, situados entre Cadalso y Guisando, en el término de El Tiemblo
(Ávila), como marcadores territoriales. Hay otros muchos en las provincias
españolas, en Portugal y en Polonia. El más famoso es el existente junto al puente
romano de Salamanca, que ya aparece en la novela picaresca “El Lazarillo de Tormes”. En resumidas cuentas, lo que debería
hacer la alcaldesa y chillona jotera Chueca es pararse a pensar cómo anda el aceite
de su quinqué. Gastar más de un millón de euros de dinero público en lucecillas navideñas es un
derroche inaceptable cuando existen otras necesidades más prioritarias en el
municipio, sobre todo en barrios que ella nunca pisa por no mancharse de polvo los zapatos de charol de princesa de cuento.
Digo yo: si el Diccionario
de la RAE tiene 94.000 palabras y en el lenguaje coloquial solo utilizamos
alrededor de quinientas, ¿qué hacemos con las que nos sobran? Todo lo copan las siglas de lo que
sea y ese nuevo lenguaje de germanía que
no termino de entender. Te conviertes en un carcamal si no conoces el nombre de
alguien que aparece en programas-basura de televisión; crees estar al tanto de
todo lo que acontece con solo leer por encima los titulares de la prensa; te
consideran un analfabeto si no sabes inglés, o no manejas el ordenador con la
soltura de un experto. Pero te llevas una gran sorpresa cuando descubres que la
mayoría de la gente ignora a tipos variopintos que hicieron correr mucha tinta
en los papeles, o acontecimientos importantes acaecidos hace apenas una
treintena de años, durante la Transición. ¿Quién se acuerda de Añoveros, de Manuel de la Concha, de Mariano
Rubio, de Javier de la Rosa…? ¿Quién
recuerda el caso Sofico, el caso Ibercorp, el caso Matesa, el caso de Redondela
con la desaparición de 4.502 toneladas métricas de aceite de oliva y el
subsiguiente procesamiento de Alonso
Fariña…? Los ‘franquistas’ están desapareciendo
por cuestiones de edad; los ‘juancarlistas’
se esconden debajo de las piedras; a la Iglesia católica le patina el embrague;
del ‘prêt-à-porter ‘ se ha pasado a la
ropa de marcadillo; del restorán con mesa y mantel, al ‘fast food’ ; de beber cerveza en jarra, a tomarla ‘a morro’ del
botellín; del usted, al tuteo de arranque; al sincorbatismo por sistema; a
tener que soportar patinetes rodando por las aceras; y lo más indignante, que
en los tarjetones de invitación a una boda (que la mayoría de las veces ni nos
va ni nos viene) coloquen en la parte inferior el número de la cuenta
corriente. Viajamos impregnados de carbonilla en un viejo convoy hacia ninguna
parte, y para matar el aburrimiento leemos una jitanjáfora, un texto carente de
sentido. Nos estamos empequeñeciendo, haciéndonos liliputienses en un mundo de
corpulentos. Hasta la falta de un pisito en una chabola en vertical donde poder
malvivir se ha convertido en un problema
desesperante. Acabaremos no tardando
mucho en envidiar a los cangrejos ermitaños, que saben cómo refugiarse dentro
de conchas vacías de moluscos. ¿Qué nos sucede? No lo sé. La difícil respuesta
bien podría encontrarse en un proverbio árabe: “Si un hombre dice que pareces un camello, no le
hagas caso. Si te lo dicen dos, mírate al espejo”.
Estos días vengo observando que hay diversos programas de televisión dedicados a crímenes, algunos sin resolver, y demás zarandajas morbosas acontecidas en diversos lugares de nuestro suelo patrio. Y uno se marcha a dormir con un cierto desasosiego, convencido de que la maldad está presente hasta en los pueblos más remotos. Pero conservo en mi memoria dos tipos, para mí respetables, que me quitaron el sueño en mi infancia por los relatos que me contaba Anuncia, una señora gallega gran cocinera, cariñosa y fiel empleada en casa de mis abuelos en Lugo, que siempre exageraba en la exposición de los hechos, muchos de ellos relacionados con el maquis, la resistencia antifranquista terminada la guerra aunque no la represión posterior, con presos, ejecuciones sumarísimas, orfanatos repletos, obispos bendiciendo desmanes, etcétera, todo ello demasiado cruel. Juan Fernández Ayala, conocido como Juanin, y Paco Bedoya, protagonistas centrales en los relatos espeluznantes de Anuncia, resistieron más de una década en los Picos de Europa hasta ser abatidos por la Guardia Civil en 1957. Fueron soldados sin ejército al que servir. Hasta que el miércoles, 24 de abril de aquel año los dos compañeros resistentes y valientes en la lucha antifascista vieron acercarse a la pareja de la Guardia Civil formada por el cabo Leopoldo Rollán Arenales y el número Ángel Agüeros Rodríguez. Atardecía mansamente y los guerrilleros resistentes descendieron en silencio hasta el cementerio. Allí esperaron agazapados la llegada de la noche y la ocasión propicia para cruzar la carretera y poder escapar desde Murias de Paredes (León) hacia Vega de Liébana (Cantabria). Pero algo se torció. Fue entonces cuando, inesperadamente, el cabo Rollán le apuntó con su pistola reglamentaria (‘Astra’, 9 largo) y en vez de detenerle y esposarle, optó por más fácil: descerrajarle un tiro a Juanín en el cuello que le seccionó la yugular. Bedoya huyó pero fue abatido en diciembre, en una emboscada en Castro Urdiales. El último hombre perteneciente a la resistencia antifranquista murió cerca de la presa de Belesar (Galicia) el 10 de marzo de 1965. Se llamaba José Castro Veiga, alias El Piloto. Fue abatido por la Guardia Civil de Chantada (Lugo). Tenía entonces 50 años. Hubo más maquis de leyenda: Cristino García, Florencio Pla, los hermanos Quero, Manuela ‘La Parrillera’…, de los que ya nadie se acuerda. Forman parte de la otra Historia, de la que no se cuenta y que daría para muchos guiones cinematográficos. Que tengan un fin de semana.
Las noticias, cuando se dan, conviene explicar el motivo por el que se producen. Pongo dos ejemplos: uno, la vivienda; otro la sanidad pública. Cuando se afirma, como acabo de leer en un diario nacional, que en España hay vacías 450.000 viviendas, hay que matizar que (según el Banco de España) se trata de un stock de viviendas invendibles y que “no sirven para nada, tanto por su estado como por su localización”. Y cuando se afirma que en España hay 264.322 pacientes más en lista de espera desde la llegada de Sánchez, también habría que recordar que la Sanidad pública está transferida a las Comunidades Autónomas y éstas son las responsables de su gestión y buen funcionamiento, como es el caso de Aragón, donde yo resido, gobernado por el Partido Popular y Vox. Por lo tanto, Azcón debería dar solución al preocupante problema. Recuérdese que con la debacle del 28M, los socialistas perdieron la Comunidad Valenciana, Aragón, Extremadura, Baleares, Canarias y La Roja, todas ellas a favor del PP, aunque en buena parte de ellas se necesitase la ayuda de Vox para gobernar. Con ello no pretendo justificar la gestión en Aragón en todos los ámbitos del socialista Javier Lambán que, a mi entender, fue un verdadero desastre. El PSOE, si no me falla la memoria, solo consiguió mantenerse en Asturias, donde gobierna Adrián Barbón y en Castilla-La Mancha, donde se continúa Emiliano García Page. No puede pasarse por alto, sin embargo, que Amnistía Internacional denunció que el gasto público en sanidad descendió en España casi un 1% en 2022 con respecto al año anterior, y que ello va en aumento sobre todo en atención primaria y en los servicios quirúrgicos. Por si ello fuese poco, han aparecido en los últimos años enfermedades emergentes como consecuencia de los desplazamientos turísticos a cualquier parte del mundo, de la llegada anual de casi 80 millones de turistas, de la inmigración no deseada y la carencia de un riguroso control en esos flujos migratorios sobrevenidos. El problema de la vivienda, por otro lado, tendría solución si los ayuntamientos no especulasen vergonzosamente con el suelo y si hubiese voluntad (que no la hay) por parte de las administraciones públicas de crear viviendas protegidas para alquileres asequibles. Del mismo modo, el problema sanitario podría aliviarse si hubiese más recursos económicos. Para ello, se impone que paguen más lo que más tienen, que no haya despilfarro de dinero público, que se mire con lupa cada céntimo de euro que se gasta y se tenga claro a qué se destina. No se puede arruinar a un pueblo a costa de un Estado. A nadie se le obliga a estar en política. La panacea cervantina (compuesta de aceite, vino, sal y romero y el rezo de 80 paternóster) no se nos puede tratar de vender a los españoles en una alcuza de hojalata. Sobran charlatanes y sabemos todos los cuentos.
Aunque se le atribuye como sabio consejo a la gallega de Franco a José María Pemán, lo cierto es que la frase lapidaria de “haga usted como yo, no se meta en política” se la dijo el dictador a Alonso Fuello, director del diario Arriba el día que éste fue a quejarse a El Pardo de las presiones que recibía por parte de algunos gerifaltes del Régimen. Ello viene ahora a cuento con la reciente moción de censura que un grupo de concejales han presentado contra el alcalde de Toro, Rafael González, del Partido Popular. Señala González a El Correo de Zamora que “he sufrido bullying político desde que entré en el Ayuntamiento”, un malestar que se resolverá el próximo 28 de octubre, con el aval de siete de los nueve miembros de la oposición (tres de los cuatro ediles del PSOE, tres de la agrupación ‘Nos Movemos por Toro’ y uno de ‘Futuro’) de un total de 13 concejales. Uno de los tres concejales de ‘Nos Movemos por Toro’ es el resentido Tomás del Bien, expulsado del PSOE tras ocho años como alcalde. De hecho, la oposición se negó a aprobar el nuevo presupuesto, en el que se había incluido una partida de 2.208.178 euros para ejecutar inversiones y, visto lo visto, solo se podrán realizar las sufragadas por la Diputación Provincial de Zamora y la Junta de Castilla y León, que ascienden a 600.000 euros. En consecuencia no podrán llevarse a cabo algunas actuaciones de interés para preservar el patrimonio toresano, entre ellas estaban previstos diversos arreglos en el Arco del Reloj y en el Teatro Latorre. La marejada de fondo proviene de la negación de ceder un terreno de esa ciudad a la Diputación Provincial para llevar a cabo un nuevo y necesario Parque de Bomberos para Toro y muchos pueblos de su alfoz; y, también, de los planes previstos en un futuro de los terrenos de Monte la Reina, concesión real del siglo XI por la que la Corona de Castilla otorgó a la Ciudad de Doña Elvira el privilegio de la explotación del Monte en agradecimiento a su fidelidad y apoyo, y que el Ayuntamiento toresano deseaba hacerlo suyo para aumentar el ‘enoturismo’ y poder llevar a cabo un gran espacio de ocio. Pero el gozo de algunos especuladores cayó en un pozo, desde el momento en que el Gobierno tomó la firme decisión de que tales terrenos continuasen siendo zona militar. De aquellos polvos vienen estos lodos. Ser alcalde de un lugar pequeño es como jugártela a la ruleta rusa. Ya lo decía mi abuela: "Donde no hay, no se puede sacar".
Se acabó el carbón. Las fiestas pilaristas llegaron a su fin en Zaragoza y la gente enfervorizada con flores a María ha vuelto a la normalidad, a la rutina diaria. Todo terminó con un baile de cohetes voladores sobre el Ebro a mayor gloria de la folclórica Chueca. Pero cuentan hoy los periódicos locales que al año que viene las fiestas pilaristas tendrán un día más de apacible jolgorio, por caer la Fiesta Nacional en domingo. También dicen los diarios que Cristóbal Colón pudo ser un judío valenciano, y mi abuela bicicleta si tuviese dos ruedas y un timbre en el moño. Todo es cuestión de extender las ramas del árbol genealógico. Nunca se sabe. Si resulta que Felipe VI es nieto en decimotercer grado de Diego Velázquez, según aclaró Juan Balansó en el diario ABC y Letizia Ortiz tiene linaje histórico al estar emparentada directamente con el rey Fernando II de León, hijo de Alfonso VII, rey de Castilla y León y de doña Berenguela, como señala un tal Javier Cordero Aparicio, amigo de Menchu Álvarez del Valle (después de haber consultado un rabo de archivos históricos), bien pudiera ser que Rita Barberá estuviese emparentada con Rodrigo de Triana, Felipe González con el payaso Marcelino, o que servidor de ustedes tenga cierto parentesco remoto con el cura Merino, que intentó apuñalar a Isabel II en la basílica de Atocha y que ésta se libró de la muerte gracias a que el corsé con ballenas amortiguó el pinchazo. A ese árbol habría que podarle muchas ramas para mitigar los efectos no deseados de la estulticia. En rigor, de todo ello, solo es cierto lo del cura Merino. Pérez Galdós relata a lo largo de sus cuatro tomos de ‘Fortunata y Jacinta’ cuando el verdugo le colocó la argolla en su pescuezo y Merino, con la frialdad que le caracterizaba, le dijo: “Ea, cuando usted quiera”. Que el lunes les sea leve.