viernes, 11 de octubre de 2024

Andrónico, subdiácono accidental

 

 


Andrónico Peraltilla, el día que se cansó de cortarle el rabo a los perros, de escribir serventesios a una vecina de escalera, de hacer hogueras por las noches para evitar que se helaran las flores de sus manzanos, de cazar ratas de agua en las acequias y de transformar vinos infames en vinagre, decidió hacer unos cursillos de cristiandad al que le había animado un meapilas, de apellido Astorga, practicante titular, podólogo y experto en cirugía menor. De regreso al pueblo se puso a disposición del párroco para lo que fuese menester. Por aquellos días se celebraban las fiestas en honor del santo patrono, san Cornelio y, entre los actos religiosos, era costumbre ancestral hacer en su honor una misa cantada al modo tridentino, según el rito promulgado por el papa san Pío V en el año 1570, oficiada por tres eclesiásticos: el preste, provisto de casulla; el diácono, de  dalmática; y el subdiácono de tunicela, menos rica en adornos. Fue menester que Andrónico Peraltilla oficiase de subdiácono por completar la terna. En ocasiones, en misas solemnes, solía haber un cuarto ayudante, el sacerdote asistente, revestido con capa pluvial. A decir de las beatas, Andrónico estuvo aseado y muy metido en su papel. Daba gusto verlo, con marcada raya en el pelo engominado y un sello de plata en su dedo corazón de la mano derecha. Pero su vocación de hacer de “tercer cura” en las misas solemnes se vino abajo en 1972 con la supresión de las órdenes menores a las que pertenecían el ostiario, el lector, el exorcista, el acólito y el subdiácono, transformándolos en ministerios laicales. Andrónico respiró tranquilo cuando comprobó que él no tenía órdenes menores sino que era un simple sacristán que se limitaba a acatar lo que le mandaba el ecónomo. Su misión se limitaba a asistir al cura en las labores de limpieza de la iglesia, de la sacristía y de los objetos sagrados, de preparar todo lo necesario para la celebración de los ritos, tocar las campanas y abrir las cajetas de los cepillos. A veces le tocaba, también, oficiar  de monaguillo y llevar la cruz procesional en las visitas de viático a las casas con enfermos terminales.  Andrónico se conformaba con ser guardián del patrimonio espiritual. Hasta que un día subió a tocar las campanas a duelo por un difunto, tropezó en las escaleras y se abrió la cabeza. Lo encontró en  decúbito prono y ya cadáver una pareja de la Guardia Civil al día siguiente. La autopsia demostró  que Andrónico Peraltilla había ingerido gran cantidad de alcohol de una garrafa vino dulce que se guardaba en la sacristía destinado a la consagración. En el entierro se le cantaron muchos gorigoris.

 

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