Andrónico, subdiácono accidental
Andrónico
Peraltilla,
el día que se cansó de cortarle el rabo a los perros, de escribir serventesios
a una vecina de escalera, de hacer hogueras por las noches para evitar que se
helaran las flores de sus manzanos, de cazar ratas de agua en las acequias y de
transformar vinos infames en vinagre, decidió hacer unos cursillos de
cristiandad al que le había animado un meapilas, de apellido Astorga, practicante titular, podólogo
y experto en cirugía menor. De regreso al pueblo se puso a disposición del
párroco para lo que fuese menester. Por aquellos días se celebraban las fiestas
en honor del santo patrono, san Cornelio
y, entre los actos religiosos, era costumbre ancestral hacer en su honor una
misa cantada al modo tridentino, según el rito promulgado por el papa san Pío V en el año 1570, oficiada por
tres eclesiásticos: el preste, provisto de casulla; el diácono, de dalmática; y el subdiácono de tunicela, menos
rica en adornos. Fue menester que Andrónico Peraltilla oficiase de subdiácono
por completar la terna. En ocasiones, en misas solemnes, solía haber un cuarto
ayudante, el sacerdote asistente, revestido con capa pluvial. A decir de las
beatas, Andrónico estuvo aseado y muy metido en su papel. Daba gusto verlo, con
marcada raya en el pelo engominado y un sello de plata en su dedo corazón de la
mano derecha. Pero su vocación de hacer de “tercer
cura” en las misas solemnes se vino abajo en 1972 con la supresión de las
órdenes menores a las que pertenecían el ostiario, el lector, el exorcista, el
acólito y el subdiácono, transformándolos en ministerios laicales. Andrónico
respiró tranquilo cuando comprobó que él no tenía órdenes menores sino que era
un simple sacristán que se limitaba a acatar lo que le mandaba el ecónomo. Su
misión se limitaba a asistir al cura en las labores de limpieza de la iglesia,
de la sacristía y de los objetos sagrados, de preparar todo lo necesario para
la celebración de los ritos, tocar las campanas y abrir las cajetas de los
cepillos. A veces le tocaba, también, oficiar de monaguillo y llevar la cruz procesional en
las visitas de viático a las casas con enfermos terminales. Andrónico se conformaba con ser guardián del
patrimonio espiritual. Hasta que un día subió a tocar las campanas a duelo por
un difunto, tropezó en las escaleras y se abrió la cabeza. Lo encontró en decúbito prono y ya cadáver una pareja de la
Guardia Civil al día siguiente. La autopsia demostró que Andrónico Peraltilla había ingerido gran
cantidad de alcohol de una garrafa vino dulce que se guardaba en la sacristía
destinado a la consagración. En el entierro se le cantaron muchos gorigoris.
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