jueves, 31 de octubre de 2024

Lluvia y buñuelos

 


Llega noviembre y es tiempo de zampar buñuelos de viento. Dice Paco, creo que se llama Paco, mi conocido de taberna, que para hacer buñuelos es necesario disponer de buñuelera, un  palitroque de madera rústica, a poder ser de avellano o de boj, parecido al de los churreros de ferias. “Buñuelo” dicen que viene de “puñuelo”,  bolas que los romanos amasaban con los puños, aunque hay quien asegura que su origen proviene del francés “beignet”, que significa bulto, como el que lucía en el cuello el padre de Manolo Caracol por la sevillana Alameda de Hércules. “Lo malo de los buñuelos es cuando se les sale el aire y se quedan en nada. Los buñuelos, que me conste, no admiten parches de bicicleta. ¿No le parece a usted, Paco?”.  No pasa día sin que aprenda algo nuevo de ese filósofo del chateo que se me antoja como una enciclopedia de gran utilidad para la Universidad de la Experiencia. Me cuenta Paco, entre chato y chato de un vino peleón, eso sí, de Valdepeñas, que las barrancadas no son cosa de hoy y que nunca se deben hacer viviendas próximas a las rieras por muy de secano que se un pueblo. “Eso -me aclara Paco- lo sabe hasta el tipo de Bubierca, o de Campillo, no estoy ahora seguro de dónde, que pretendió asar la manteca. Cosa distinta son los imprevistos, como sucedió con la fisura de la presa de Tous, en octubre del 82, con ocho fallecidos en la cuenca del Júcar. En Benegida -escuche bien lo que le digo- solo se conserva la iglesia del pueblo y en mal estado. Pero eso no fue nada si se compara con lo sucedido en Ribadelago, en enero de 1959, con la rotura de la presa de Vega deTera; o en Frejus, en Francia, unos meses más tarde, con la catástrofe de la presa de Malpasset, con 421 muertos; o la de 1963, donde un desprendimiento de tierras en la presa italiana de Vajont provocó un tsurami que se llevó por delante a unas 2.000 personas. Podría seguir enumerando desastres hídricos, pero mejor lo dejo ahí, que no es bueno mentar a la desgracia ni tentar la suerte. Anda, Millán, sirve dos chatos, que los faroles ya no alumbran. Por cierto, ¿ha traído usted el paraguas? No vaya a ser que se empape. Escucha, Millán, añade dos gildas que estimulen la digestión en la oficina de las tripas, que el cielo se está poniendo más negro que aquel malhadado 27 de septiembre de 1907, cuando enteraron al entonces alcalde de Cádiz Fermín Salvochea, alias Bigotes, y que antes de morirse aún le quedó tiempo para escribir algunas obras de teatro menor, destacando "Cada mochuelo a su olivo".

 

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