Hoy, el Diario de Teruel publica una entrevista a Donato Tello, afinador de esquilas. Si les digo la verdad, conocía oficios raros, muchos ya en desuso, pero ninguno como ese. A Donato Tello le invitaría a que se pusiese en contacto con los responsables de las cofradías zamoranas de la Santa Vera Cruz, del Santo Entierro y de las Angustias por ser esas tres las que llevan a un campanillero llamado Barandales rompiendo el silencio y abriendo las respectivas procesiones. Lleva amplios ropajes y agita con sus manos dos grandes esquilones, que pesa más de cinco kilos cada uno, atados a las muñecas. Además de Barandales, también existe la figura del “Merlú”, una pareja de congregantes de la cofradía de Jesús Nazareno que reúnen a los miembros de esa cofradía antes de cada procesión, o de su asamblea anual, haciendo sonar un toque de trompeta con sordina y un tambor destemplado. La figura de “Merlú” llegó a tener tanta fama en Zamora que fue merecedora de una estatua de bronce en la Plaza Mayor, obra del escultor Antonio Pedrero e inaugurada en 1996. La figura de ese campanillero, Barandales (que también tiene su estatua en la zamorana plaza de Santa María), viene de antiguo, del siglo XVI, cuando las campanas de todas las iglesias enmudecían desde el Jueves Santo hasta el Domingo de Resurrección. En resumidas cuentas, bueno sería que Donato Tello, afinador de esquilas, comprobase si el temple de los cencerros de Barandales es el correcto y el sonido acompasado o necesitan reformas, o sea, cerrar o abrir la chapa de la boca y a acortar o alargar la longitud del badajo. Tal es la importancia del sonido de los esquilones que en Bernedo (Álava) cada pastor asalariado, contratado por los ganaderos del pueblo, era el dueño de los cencerros. Distinguía a cada animal perfectamente por el sonido que emitía. Se los colocaba al rebaño por san Miguel, finales de septiembre, cuando tomaba a su cuenta el ganado ajeno, momento en que el pastor anterior retiraba los suyos.
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