Digo yo: si el Diccionario
de la RAE tiene 94.000 palabras y en el lenguaje coloquial solo utilizamos
alrededor de quinientas, ¿qué hacemos con las que nos sobran? Todo lo copan las siglas de lo que
sea y ese nuevo lenguaje de germanía que
no termino de entender. Te conviertes en un carcamal si no conoces el nombre de
alguien que aparece en programas-basura de televisión; crees estar al tanto de
todo lo que acontece con solo leer por encima los titulares de la prensa; te
consideran un analfabeto si no sabes inglés, o no manejas el ordenador con la
soltura de un experto. Pero te llevas una gran sorpresa cuando descubres que la
mayoría de la gente ignora a tipos variopintos que hicieron correr mucha tinta
en los papeles, o acontecimientos importantes acaecidos hace apenas una
treintena de años, durante la Transición. ¿Quién se acuerda de Añoveros, de Manuel de la Concha, de Mariano
Rubio, de Javier de la Rosa…? ¿Quién
recuerda el caso Sofico, el caso Ibercorp, el caso Matesa, el caso de Redondela
con la desaparición de 4.502 toneladas métricas de aceite de oliva y el
subsiguiente procesamiento de Alonso
Fariña…? Los ‘franquistas’ están desapareciendo
por cuestiones de edad; los ‘juancarlistas’
se esconden debajo de las piedras; a la Iglesia católica le patina el embrague;
del ‘prêt-à-porter ‘ se ha pasado a la
ropa de marcadillo; del restorán con mesa y mantel, al ‘fast food’ ; de beber cerveza en jarra, a tomarla ‘a morro’ del
botellín; del usted, al tuteo de arranque; al sincorbatismo por sistema; a
tener que soportar patinetes rodando por las aceras; y lo más indignante, que
en los tarjetones de invitación a una boda (que la mayoría de las veces ni nos
va ni nos viene) coloquen en la parte inferior el número de la cuenta
corriente. Viajamos impregnados de carbonilla en un viejo convoy hacia ninguna
parte, y para matar el aburrimiento leemos una jitanjáfora, un texto carente de
sentido. Nos estamos empequeñeciendo, haciéndonos liliputienses en un mundo de
corpulentos. Hasta la falta de un pisito en una chabola en vertical donde poder
malvivir se ha convertido en un problema
desesperante. Acabaremos no tardando
mucho en envidiar a los cangrejos ermitaños, que saben cómo refugiarse dentro
de conchas vacías de moluscos. ¿Qué nos sucede? No lo sé. La difícil respuesta
bien podría encontrarse en un proverbio árabe: “Si un hombre dice que pareces un camello, no le
hagas caso. Si te lo dicen dos, mírate al espejo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario