Palos en la rueda
Leo en un diario español de la ultraderecha: “Los
bares en pie de guerra contra la DGT. La posible reducción de los límites de
alcoholemia se han encontrado con el rechazo de plano de las asociaciones de
hosteleros que presentan datos difíciles de rebatir”. Y la justificación de ese
rechazo es que España es uno de los países con mayor número de establecimientos
hosteleros y que tal medida, de llevarse a cabo, iría en contra de un gran sector,
que abarca 300.000 establecimientos de hostelería, de los que viven más de dos
millones de ciudadanos y genera 123.000 millones de euros de facturación anual.
Y rematan el pastel con la guinda de que Pere Navarro, actual director general de Tráfico, carece de permiso de conducción. Eso
es tan peregrino como tratar de justificar que para ser ministro de Sanidad haya que ser
médico; de Fomento, ingeniero de Caminos; o de Defensa, general de división. No
se puede justificar lo injustificable,
menos aún cuando ese diario digital está financiado por la Conferencia
Episcopal. Si los obispos pretenden hacer política, que se presenten a las
elecciones generales. Lo que no pase por ahí es, a mi entender, hacer labor de
zapa; o dicho en lenguaje coloquial, pretender “joder la marrana”, entendiendo
por marrana el eje de la rueda de la noria. También, (ya que hago referencia al
alcohol) añadiré que en los lagares se conocía como marrana al apoyo que se ponía
sobre los tablones que cubrían la prensa con la masa de uvas. Según se da a
entender en ese medio (más que informativo, deformativo), el mantenimiento de
esos lucrativos negocios (para los empresarios, claro, casi nunca para los
camareros) está por encima de las tragedias que a diario se producen en el
asfalto por exceso de consumo de alcohol y de drogas. De ninguna de las maneras
se deben primar los fastos frente a la eficacia. Pretender hacer creer al lector que el
mantenimiento de un sector laboral, como es el hostelero en un país que tiene
en el turismo su principal fuente de ingresos, está por encima de habitar en un
país lleno de alcoholizados (soslayando su tremendo coste sanitario) es pensar
con los pies. Aquí cada uno arrima el ascua a su sardina. Y a propósito de
ascuas y sardinas, nada mejor que leer a Francisco Rodríguez Marín, autor de “Mil
trescientas comparaciones andaluzas” (1899). En él se cuenta que “antaño
solían dar a los trabajadores de los cortijos sardinas, que ellos asaban en la
lumbre de los caseríos; pero como cada
uno cogía ascuas para arrimarlas a su sardina, la candela se apagaba, por lo
cual tuvieron que prohibir el uso de ese pescado”, cuando lo lógico hubiese
sido hacer mayor la candela. En resumidas cuentas, si el lector no tiene un
diario a mano que cuente con cierto prestigio por sus noticias debidamente
contrastadas, dedíquese su tiempo libre a otra cosa, la que sea, antes que
pasar la vista por panfletos donde solo se pretende construir relatos malintencionados,
carentes de rigor y con encuadres desenfocados donde solo interesan objetivos
de desestabilización, con la pretensión de que sea el mejor como corrosivo
contra un Gobierno democrático y un Estado de derecho que no les satisface,
como ocurrió en 1931.
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