La folclórica y derrochona alcaldesa Chueca se ha propuesto gastar más de un millón de euros en la
próxima iluminación de las fiestas navideñas. Esa señora, que ha conseguido que
las últimas fiestas pilaristas hayan sido las peores en décadas, a mi entender,
ha perdido la aguja de marear y está convencida de que el dinero de los
zaragozanos es suyo y puede hacer con él lo que le venga en gana. La derechona, a este paso, pronto volverá a
los saraos en La Lonja de otros tiempos a mayor gloria de las élites ‘de pan pringao’, lo que algunos imbéciles han dado en
llamar “la gente de bien”, para que puedan
lucir esmóquines y trajes de noche en ese recinto; y que el resto, ¿“la gente de mal”?, podamos hacer
corrillos en la calle para observar in
situ cómo entran y salen esos personajillos de hojalata de bote de tomate, que también es una
forma de que el populacho disfrute a su manera, que es de lo que se trata. La
folclórica alcaldesa, digo, todavía no nos ha informado en rigor sobre cuál será el coste final de la nueva Romareda o cuánto subirá las tasas de los servicios
municipales y cuantas multas deberán tramitar los guardias municipales (vulgo 'guindillas') para intentar mitigar tal despropósito. Esa señora se está transformando en una imagen grotesca y
estrafalaria (al estilo de los espejos grotescos del madrileño Callejón del Gato)
de Luis II de Baviera, que ordenó la
edificación de hermosos castillos, que representaba escenas de las óperas
románticas de Richard Wagner, que paseaba
por el lago de
Starnberg entre cisnes, abedules y castaños de Indias, y que gobernó con tintes absolutistas. Pero
la culpa de tener que sufrir a esta chocante alcaldesa no es de ella sino de
quienes votaron la lista del Partido Popular en las últimas elecciones
municipales buscando afanosamente el oropel de chamarilero. ¿Cuál será el siguiente antojo de esa folclórica alcaldesa? ¿Qué pasa por el cerebro de una muñeca Nancy? Nadie lo sabe. Zaragoza
no es Vigo ni aquí administra la ciudad el excéntrico Abel Caballero. El derroche en luces navideñas en un Estado aconfesional
parece un contrasentido, y lo es. Hay hogueras de
vanidades como las que pretende Chueca para que la gente salga a la calle y
gaste, y luces de bohemia, como las reflejadas en la obra de Valle Inclán, publicada hace ahora
justo un siglo, donde la escena principal discurre
en ese ‘callejón’, cuya denominación oficial es “calle de Álvarez Gato”, en recuerdo de un poeta judío converso que
llegó a mayordomo de Isabel I de
Castilla, usurpadora del trono que le correspondía a Juana de Trastámara, hija de Enrique
IV de Castilla y donde fueron testigos de su jura unos verracos de granito
(mal conocidos como toros en ‘El Quijote’)
prerromanos, situados entre Cadalso y Guisando, en el término de El Tiemblo
(Ávila), como marcadores territoriales. Hay otros muchos en las provincias
españolas, en Portugal y en Polonia. El más famoso es el existente junto al puente
romano de Salamanca, que ya aparece en la novela picaresca “El Lazarillo de Tormes”. En resumidas cuentas, lo que debería
hacer la alcaldesa y chillona jotera Chueca es pararse a pensar cómo anda el aceite
de su quinqué. Gastar más de un millón de euros de dinero público en lucecillas navideñas es un
derroche inaceptable cuando existen otras necesidades más prioritarias en el
municipio, sobre todo en barrios que ella nunca pisa por no mancharse de polvo los zapatos de charol de princesa de cuento.
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