Pues nada, que se acaba octubre y llega el momento de llevar flores a las sepulturas. Siempre recordaré a una conocida que todos los años llevaba al cementerio el mismo ramo de flores de plástico imitando gladiolos rojos y hortensias blancas. Lo colocaba sobre la tumba de sus antepasados y allí permanecía ella silente y contrita hasta la caída del sol. Era entonces cuando la buena señora recogía el ramo y se lo volvía a llevar a su casa envuelto en celofán, lo metía en un armario y lo dejaba cuidadosamente tapado hasta el año siguiente. Aquel ramo de plástico dio mucho de sí, aunque con el tiempo fue perdiendo color, como pasaba con el crepúsculo. Las flores de mentira pueden llegar a ser tan bellas como las flores de verdad. Lo verdadero que parece falso y lo falso que parece verdadero se encuentran en el origen de toda una cultura artística: el falso mármol de madera imitando el granito en algunas encimeras de cocinas, las columnas de madera con apariencia de piedra de algunos chalecitos horteras, o esos pequeños elefantes de escayola que intentan imitan el marfil… Conozco a más de uno al que le parece de mal gusto el efímero Art nouveau inspirado en la naturaleza y que terminó derivando en el Art déco, con características marcadamente diferentes. Goethe dijo: “Auch das Unnatürlischste ist Natur” (“Hasta lo menos natural es natural”). Otra cosa es que determinada cosa, llámese cuadro, edificio, jarrón, diseño gráfico, etcétera, guste o no guste a aquel que lo contempla. Aquella buena señora que cada primer día de noviembre depositaba un ramo de flores de plástico, siempre el mismo, sobre la tumba de sus parientes muertos actuaba de un modo natural, no le quepa a usted, amigo lector, la menor duda.
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