domingo, 17 de noviembre de 2024

En recuerdo de "Cuello Corto"

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Se conmemoraba hoy el ducentésimo decimosexto aniversario de la muerte de Jorge Ibor, alias Cuello Corto, labriego del barrio de Arrabal, héroe de los Sitios y al que Palafox nombró capitán de la Compañía de Escopeteros de ese barrio, y esta mañana he escuchado aporreo de tambores y a una banda de música vestida como de guardiamarinas interpretando música militar. Entre el grupo de acompañantes había un señor portando un estandarte, otro de más edad vestido a la usanza de principios del XIX, alguno con bicornio y uniforme de cuando Fernando VII usaba paletó y un rabo de ciudadanos sin mejor cosa que hacer acompañando a esa “Santa Compaña” silentes y circunspectos. He echado en falta alguno revestido de Palafox  o  de barón de Warsage, o de Agustina Zaragoza, o de religiosos como Basilio Boggiero o  Santiago Sas, a los que asesinó un piquete de lanceros en el Puente de Piedra y después los tiraron al Ebro. Jorge Ibor se enfrentó en el barrio de Casablanca a las tropas mandadas por el general Lefebvre. Falleció víctima de la epidemia de tifus el 15 de noviembre de 1808, a la edad de 53 años, y sus restos reposan en la capilla del Colegio de los Trinitarios, en el panteón familiar del marqués de Lazán, Luis Rebolledo, cumpliendo la voluntad de su hermano José Palafox. Cuando se habla sobre la Guerra de la Independencia no acabo de entender para qué sirvió tanto sufrimiento de un pueblo entonces casi analfabeto manejado por unos curas trabucaires. Aquí nunca se habla de los galeones atracados en Cádiz y repletos de franceses cautivos apresados en la batalla de Bailén, que fueron llevados a la isla de Cabrera para dejarlos a su suerte, sin comida, con muy poco agua, y que murieron de la peor forma imaginable y donde hubo hasta situaciones de antropogafia. Por otro lado, en la huida hacia el norte de las tropas francesas a cargo del general Pierre-Antoine Dupont de l'Étang, desobedeciendo a sus mandos,  esas tropas, como digo, cometieron todo tipo desmanes, incluyendo saqueos, violaciones, profanaciones de iglesias, robos de cosechas y de ganado y hasta algunas casas campesinas fueron incendiadas. Tampoco se entiende el ansia popular de traer a la Corte al peor Borbón, si es que hubo alguno bueno, que ha tenido España. Los “Episodios Nacionales” de Galdós constituyen una forma novelada y poco rigurosa de contar aquellas historias. El que realmente conoció casi todo el siglo XIX, al menos lo acontecido en Madrid, que tenía 5 años el malhadado 2 de mayo de 1808, y que ese día se abrió una brecha en la cara al toparse con una reja en la madrileña puerta de su casa de la calle del Olivo, fue Ramón de Mesonero Romanos (hijo de una mujer nacida en Moros, provincia de Zaragoza) y que murió con 82 años. Por otro lado, el rey José Bonaparte I fue sometido a todo tipo de insultos por un populacho  proclive a malmeter. Se le llamó “Pepe Botella”, el “Rey de Copas”, “El Tuerto” y “Rey Intruso” cuando es sabido que no era tuerto ni borracho ni ludópata. Esos motes fueron debidos a dos órdenes por él firmadas en febrero de 1809 sobre la liberalización de la fabricación, circulación y venta de naipes y por desgravar la venta de aguardientes, respectivamente. La galofobia lo invadía todo. José Napoleón I dejó de ser rey de España el 11 de diciembre de 1813 y murió en Londres el 28 de julio de 1844. Siguiendo sus deseos fue enterrado con el Toisón de Oro alrededor de su cuello, una distinción que se había otorgado a sí mismo cuando fue rey de España. Su mujer, Julia Clary (que no pisó nunca este país) falleció en Florencia ocho meses después. No quiero terminar sin señalar que existe un parque en Zaragoza dedicado al escopetero Jorge Ibor, donde hay una escultura obra de Ángel Orensanz, y en el que cada año se celebra la "cincomarzada" en recuerdo de unos sucesos acaecidos en 1838 entre isabelinos y carlistas.

 

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