La Renfe es una empresa pública que siempre tuvo pérdidas. La respuesta era difícil de explicar hasta que un día leí un artículo de Julio Camba, “Sobre los billetes de ferrocarril” y di en el chiste. Contaba Camba: “Si señor. Yo soy de los que pagan por entero sus billetes de ferrocarril, y ello me resulta altamente oneroso. Consideren ustedes que, un cincuenta por ciento de los viajeros circulan gratis por nuestras líneas ferroviarias, no lo hacen jamás a expensas de las compañías -una compañía de ferrocarriles no es una institución filantrópica-, sino a expensas del otro cincuenta por ciento. Es decir, que al tomar mañana un billete, pongamos por caso, de Madrid a Irún, más que un billete yo vendré, realmente, a tomar dos: uno para mí y otro para un señor indeterminado cuyos gastos de transporte correrán ese día por mi cuenta. El español no viaja nunca solo, y por eso le cuesta tan caro viajar”. En efecto. Durante mucho tiempo pude comprobar que en mi compartimiento del vagón solo pagaba el billete uno de cada cuatro viajeros. El resto, ferroviarios que viajaban con esos kilométricos de color marrón al que en taquilla le quitaban cupones, o guardias civiles, o funcionarios, o sindicalistas verticales, o vaya usted a saber qué. Otros circulaban con el carné de “familia numerosa”, que les suponía muchos descuentos. Además, el padre de familia solía engañar al revisor cuando éste preguntaba por la edad de los niños. Si tenían 9 años, decían que 5, y así. Pero pagar, lo que se dice abonar el billete completo, solo lo hacíamos cuatro pringados porque no nos quedaba otra si queríamos viajar. Igual que sucede en los teatros municipales, donde los palcos están llenos de familiares de concejales, o de alcaldes de barrio, o de mutilados de guerra, o de amigos de políticos que no han dado ni propina al acomodador. Así, parece normal que Renfe haya generado tantas pérdidas dese 1941, cuando Franco incautó las líneas de ancho ibérico, con la excepción de Cercedilla-Navacerrada (de ancho métrico), y puso como primer presidente al ingeniero de Caminos, Gregorio Pérez Conesa. Y el primer anagrama oficial data de 1947. Estaba la palabra Renfe inscrita en rojo dentro de un círculo azul a modo de sello de caucho, con poca imaginación de sus diseñadores. Hasta que un día Renfe se desdobló al modo en que lo hacen las amebas, los trenes dejaron de silbar, los jefes de estación guardaron el banderín, las vías se soldaron para disminuir los traqueteos, se nos prohibió despedir a los amigos en los andenes, nos registraban antes de abordar el vagón, apareció el AVE y nos encontramos de pronto con ferroviarios de Adif y ferroviaros de Renfe, para confundir al viajero a la hora de tener que hacer reclamaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario