“Ningún tiempo conoció poeta que anime las ruinas y evoque los muertos y recoja las cenizas de las sepulturas, y reciba el polen de las guirnaldas funerarias, y hable con los fantasmas de los panteones, y muestre las torres y los adarves dibujados en las indecisas nieblas de los recuerdos como aquel en cuyo ser la poesía no es una profesión o un arte, sino la vida toda entera…”.
A la muerte de Castelar, le sustituyó el escritor costumbrista
Jacinto Octavio Picón en su asiento
de la Academia (D mayúscula) que hizo un elogio de su antecesor (Castelar)
insuperable. Fue respondido por Juan
Valera. Castelar creo el periódico ‘La
Democracia’, fue diputado a Cortes por Zaragoza y presidente de la Primera
República. También Castelar tuvo el honor de responder al discurso de ingreso
de José Echegaray en 1894 (letra e
minúscula) titulado “De la legalidad común en materias literarias”. Dicho sea de paso,
Jacinto Octavio Picón escribió una novela, “Juanita
Tenorio”, que nada tiene que ver con la conocida obra de Zorrilla, y que
discurre en el Madrid de finales del siglo XIX, cuya protagonista es una bella
muchacha con una infancia triste y una juventud llena de decepciones amorosas.
Al quedarse huérfana pasa a depender de unos tíos despreciables y muy
interesados en la librería que ella había heredado de su padre. Comienza
noviembre y es tiempo de visitar cementerios, limpiar sepulturas y llevar a los
muertos crisantemos. Como cuenta Cela en
“Mazurca para dos muertos”, “el mirlo
canta en el mismo ciprés en el que de noche entona su solitario lamento el
ruiseñor”. Y sigue lloviendo…
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