viernes, 1 de noviembre de 2024

Y sigue lloviendo...

 


Vengo observando que se está perdiendo la costumbre de representar  “Don Juan Tenorio” en los teatros coincidiendo con la víspera de la fiesta católica de Todos los Santos. La muerte es algo inevitable que ya estuvo presente en “El burlador de Sevilla”, de Tirso de Molina y, mucho antes, en el auto sacramental “Baile de la muerte”, que se representaba en las iglesias durante la Edad Media. Zorrilla fue un poeta desconocido hasta el entierro de Larra, más tarde juzgado de forma positiva por el gaditano Emilio Castelar en su ingreso en la RAE en 1880 con su discurso “Los conceptos fundamentales de nuestra edad y la poesía en ellos contenida”, respondido por Francisco de Paula Canalejas. En aquel discurso, Castelar señalaba:

“Ningún tiempo conoció poeta que anime las ruinas y evoque los muertos y recoja las cenizas de las sepulturas, y reciba el polen de las guirnaldas funerarias, y hable con los fantasmas de los panteones, y muestre las torres y los adarves dibujados en las indecisas nieblas de los recuerdos como aquel en cuyo ser la poesía no es una profesión o un arte, sino la vida toda entera…”.

A la muerte de Castelar, le sustituyó el escritor costumbrista Jacinto Octavio Picón en su asiento de la Academia (D mayúscula) que hizo un elogio de su antecesor (Castelar) insuperable. Fue respondido por Juan Valera. Castelar creo el periódico ‘La Democracia’, fue diputado a Cortes por Zaragoza y presidente de la Primera República. También Castelar tuvo el honor de responder al discurso de ingreso de José Echegaray en 1894 (letra e minúscula)  titulado “De la legalidad común en materias literarias”. Dicho sea de paso, Jacinto Octavio Picón escribió una novela, “Juanita Tenorio”, que nada tiene que ver con la conocida obra de Zorrilla, y que discurre en el Madrid de finales del siglo XIX, cuya protagonista es una bella muchacha con una infancia triste y una juventud llena de decepciones amorosas. Al quedarse huérfana pasa a depender de unos tíos despreciables y muy interesados en la librería que ella había heredado de su padre. Comienza noviembre y es tiempo de visitar cementerios, limpiar sepulturas y llevar a los muertos crisantemos. Como cuenta Cela en “Mazurca para dos muertos”, “el mirlo canta en el mismo ciprés en el que de noche entona su solitario lamento el ruiseñor”. Y sigue lloviendo…

 

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