Como sucede cada año por estas fechas, ya aparecen nigromantes como setas en un pinar señalando qué número será ‘el gordo’ en la Lotería Nacional el próximo 22 de diciembre. Unos cantamañanas lo relacionan con fechas de tragedias; otros, con el día de la muerte de Isabel I de Castilla (hoy se cumplen 520 años) y los de más allá, con otra cosa de lo más peregrina. Hacer cábalas sin ningún fundamento es propio de descerebrados.Y algunos, después de leer esas adivinanzas, o de haberla escuchado en la radio, marchan a calzón quitado hasta la administración más próxima en un vano intento de conseguir ese número mágico que amortice la hipoteca, o les convierta en herederos de Nabab tras aguzar con oído de tísico los cantos monocordes de los niños de san Ildefonso. Los ‘nababs’ (que para unos deriva de la palabra urdu ‘nawab’ y para otros del persa novväb) eran aquellos británicos que trabajaban en la Compañía de las Indias Orientales y que, tras hacerse con grandes fortunas en la India durante los siglos XVIII y XIX, regresaban a Gran Bretaña podridos de dinero. Algo parecido a lo que ocurrió con algunos indianos a su regreso a España. A otros, a la mayoría de ellos, no les fue del todo bien. Nabab, según se cuenta, fue un virrey del imperio Mogol sumamente rico. El nombre de Nabab se popularizó en 1877 con la publicación de la novela costumbrista parisiense “Le nabab” de Alphonse Daudet, autor de “Tartarín de Tarascon”, donde se cuenta la historia de un vecino de la aldea de Tarascona, muy aficionado a la caza, que un día decidió marchar a África a perseguir leones. La novela ‘El nabab’ gira en torno a Jansoulet Bernard, alias El Nabab, que se hizo millonario durante su estancia en Túnez y que a su regreso a París durante el Segundo Imperio fue víctima de su propia ambición.
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