jueves, 21 de noviembre de 2024

Insensatez

 

 

 

Me siento un poco más tranquilo desde que los Tedax  de la Guardia Civil están llevando a cabo la incautación de frascos conteniendo ácido pícrico en los centros de enseñanza y usado en prácticas de laboratorio desde que hace más de 30 años fueron distribuidos como kits de prácticas para prácticas de química analítica y orgánica por su capacidad para identificar metales, realizar pruebas de nitrógeno y fabricar indicadores. Hay que hacer caso al dicho “los inventos, con gaseosa”. Solo en Galicia se retiraban días pasados más de 50 recipientes con ese ácido letal, hallados en laboratorios de 23 centros educativos, incluidos institutos de secundaria y formación profesional. Ese compuesto químico,  también conocido como trinitrofenol, es  sólido, cristalino y amarillo. Se utiliza como detonante, en tintes y en la fabricación de productos químicos, es altamente inflamable y explosivo, especialmente cuando se seca o  cristaliza. Al ser altamente inestable, por su sensibilidad al calor, fricción e impacto, el ácido pícrico requiere manejo y almacenamiento cuidadoso para evitar terribles accidentes, ya que tiende a formar sales de picrato de amonio,  peligroso e inestable. En consecuencia y sin pretender ser agorero, desde el punto de vista pedagógico es negligente dejarlo al alcance de alumnos inexpertos. Hay cosas con las que no se debe jugar. En la memoria colectiva todavía se recuerda la explosión en Cádiz el 18 de agosto de 1947 en un depósito de explosivos de la Armada, donde estaban almacenadas unas minas obsoletas procedentes de la Segunda Guerra Mundial. Habían llegado desde Cartagena en 1943 en un estado preocupante. La explosión fue consecuencia de la descomposición del explosivo (nitrocelulosa o algodón pólvora) que contenían 50 cargas de profundidad alemanas del modelo WBD. La onda expansiva arrasó el barrio de San Severiano, la Barriada España, los chalés de Bahía Blanca, el Hogar del Niño Jesús, el campo de la Mirandilla, el sanatorio Madre de Dios, los cuarteles y los astilleros de Echevarrieta y Larrinaga, y con el derrumbe de edificios fueron sepultadas familias enteras. Pero lo peor de todo fue el cinismo con que el régimen franquista minimizó el número de víctimas, como acostumbraba a empequeñecerlo todo: los accidentes ferroviarios, la explosión del polvorín del Pinar de Antequera, en 1940; el accidente ferroviario de Torre del Bierzo, en 1944; el hundimiento del submarino C-4; la explosión de los polvorines de Alcalá de Henares, en 1947; la explosión del polvorín de Tabares, en 1949; la roturas del dique de la presa de Ribadelago, etcétera. Es larga la lista. Para que se hagan una idea, en la explosión de Cádiz, solo con la onda expansiva, en la Catedral las puertas se abrieron de golpe y las puertas de la plaza de toros resultaron arrancadas de cuajo. Sobre el número de muertos heridos y desaparecidos, la cifra se desconoce por el falseamiento oficial de las estadísticas. Hacer estimaciones me parece una falta de rigor. Seguro que me quedaría corto, por eso no las señalo. Lo dejo aquí. Me vienen a la memoria las mentiras de Mazón en lo que respecta a la reciente riada valenciana, que me cascabeleo. Debería entregar la factura de la supuesta “comida de trabajo”; y, seguidamente, desaparecer del mapa por inepto. Los valencianos no merecen estar en manos de un tonto del paseo que esquiva todas las tortas.

 

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