Me siento un poco más tranquilo desde que los Tedax de la Guardia Civil están llevando a cabo la incautación de
frascos conteniendo ácido pícrico en los centros de enseñanza y usado en
prácticas de laboratorio desde que hace más de 30 años fueron distribuidos como
kits de prácticas para prácticas de
química analítica y orgánica por su capacidad para identificar metales,
realizar pruebas de nitrógeno y fabricar indicadores. Hay que hacer caso al dicho
“los inventos, con gaseosa”. Solo en Galicia se retiraban días pasados más de 50 recipientes con ese ácido letal, hallados en laboratorios de 23 centros educativos, incluidos institutos de secundaria y formación profesional. Ese compuesto químico, también conocido como trinitrofenol, es sólido, cristalino y amarillo. Se utiliza como
detonante, en tintes y en la fabricación de productos químicos, es altamente
inflamable y explosivo, especialmente cuando se seca o cristaliza. Al ser altamente inestable, por su
sensibilidad al calor, fricción e impacto, el ácido pícrico requiere manejo y
almacenamiento cuidadoso para evitar terribles accidentes, ya que tiende a
formar sales de picrato de amonio, peligroso
e inestable. En consecuencia y sin pretender ser agorero, desde el punto de
vista pedagógico es negligente dejarlo al alcance de alumnos inexpertos. Hay
cosas con las que no se debe jugar. En la memoria colectiva todavía se recuerda
la explosión en Cádiz el 18 de agosto de 1947 en un depósito de explosivos de
la Armada, donde estaban almacenadas unas minas obsoletas procedentes de la
Segunda Guerra Mundial. Habían llegado desde Cartagena en 1943 en un estado
preocupante. La explosión fue consecuencia de la descomposición del explosivo
(nitrocelulosa o algodón pólvora) que contenían 50 cargas de profundidad
alemanas del modelo WBD. La
onda expansiva arrasó el barrio de San Severiano, la Barriada España, los chalés
de Bahía Blanca, el Hogar del Niño Jesús, el campo de la Mirandilla, el
sanatorio Madre de Dios, los cuarteles y los astilleros de Echevarrieta y
Larrinaga, y con el derrumbe de edificios fueron sepultadas familias enteras. Pero
lo peor de todo fue el cinismo con que el régimen franquista minimizó el número
de víctimas, como acostumbraba a empequeñecerlo todo: los accidentes
ferroviarios, la explosión del polvorín del Pinar de Antequera, en 1940; el
accidente ferroviario de Torre del Bierzo, en 1944; el hundimiento del
submarino C-4; la explosión de los polvorines de Alcalá de Henares, en 1947; la
explosión del polvorín de Tabares, en 1949; la roturas del dique de la presa de
Ribadelago, etcétera. Es larga la lista. Para que se hagan una idea, en la
explosión de Cádiz, solo con la onda expansiva, en la Catedral las
puertas se abrieron de golpe y las puertas de la plaza de toros resultaron
arrancadas de cuajo. Sobre el número de muertos heridos y desaparecidos, la
cifra se desconoce por el falseamiento oficial de las estadísticas. Hacer
estimaciones me parece una falta de rigor. Seguro que me quedaría corto, por
eso no las señalo. Lo dejo aquí. Me vienen a la memoria las mentiras de Mazón en lo que respecta a la reciente
riada valenciana, que me cascabeleo. Debería entregar la factura de la supuesta
“comida de trabajo”; y, seguidamente,
desaparecer del mapa por inepto. Los valencianos no merecen estar en manos de un tonto del paseo que esquiva todas las tortas.
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