domingo, 11 de abril de 2010

Dormidos artículos

Los artículos de prensa que me gustan, después de haberlos leído detenidamente, los recorto y guardo en un cajón ya casi rebosante de documentos. Y allí permanecen, junto a las escrituras de mi chabola en vertical, hasta el día en el que decido hacer limpieza general. Entonces los saco para que se oxigenen y, después, los vuelvo a leer y a dejar en su sitio hasta el siguiente zafarrancho. La vida consiste en la estratificación de lo que admiras. Limpiar cajones para volver a colocar cada cosa donde estaba es señal evidente de que me gusta una cosa y la contraria. Deseo hacer hueco para otras cosas y descubro de repente que esos otros objetos, aquellos que pretendía consignar, ya no me interesan en absoluto. ¿Para qué pretendo conservar a estas alturas de mi vida la Libreta de Tropa y Movilización?, ¿y los apuntes de un cursillo sobre escaparatismo?, ¿y esa foto en el casorio de unos allegados con los que ya ni me hablo? Las cosas existentes en los cajones están bien como están, con el barniz de la flojedad. ¡Cuántas veces me herí en un dedo con alguna pestaña doblada de aquellos juguetes de hojalata de mi infancia! Las gavetas, como los nichos de los camposantos, son ficheros de negociados deplorables en cuyos fondos todavía persisten fragmentos de migajas de pan de las cartillas de racionamiento. Con aquellas libretas de hambruna terminó Arburúa, el suegro del marqués de Oreja. Los artículos se supone que sucumben a continuación de ser leídos. Pero yo los reviso aprovechando la limpieza de cajones tratando de henchirles vida. Alguna vez hasta lo logro.

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