sábado, 24 de abril de 2010

Los tres espejos

Lo que quita el sueño y produce enfermedades psicosomáticas a los españoles es el despertador eléctrico de la mesilla de noche, según ha declarado Fernando Pérez. Ni el paro ni esa letra de cambio que vence pasado mañana ni la factura de la reparación del utilitario ni las cantinelas del vecino de arriba a altas horas de la noche. Algo parejo cuanta que sucede con el ‘router wifi’.Y a mí, que me encanta el cine antiguo, me sorprende ahora, una vez conocidas las declaraciones del señor Pérez, vicepresidente de la Fundación para la Salud Geoambiental, cómo pudo vivir aquel personaje interpretado por José Isbert durante una pila de años en un faro costero sin tener disfunciones en su sistema inmunológico. Me estoy refiriendo a la película Calabuch, de Luis García Berlanga. Claro, en 1956 ningún español se hacía los actuales planteamientos. La radio de lámparas producía ruidos espantosos, la televisión estaba en mantillas y en el No-Do nos informaban de cómo se inauguraban pantanos y sobre los triunfos en ajedrez de Arturito Pomar. Era una vida más en blanco y negro que otra cosa. Por aquellos años, las enfermedades severas no las producían los despertadores eléctricos, sino el bacilo de Kock, el treponema pallidum y el reumatismo crónico adquirido en presidio por haber sido republicano. Ahora, rodeados de antenas parabólicas, rayos gamma y ondas hertzianas, vemos la vida como por un caleidoscopio casero. Y, sin saber por qué, en todas las imágenes que asoman por la conjunción de los tres espejos siempre aflora la figura de Belén Esteban, esa princesa del pueblo que nunca duerme ni da tregua al descanso. A este paso, y que me perdone el señor Pérez, acabaremos todos palmando en la misma folla, o sea, de esplín

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