domingo, 25 de abril de 2010

Morena Clara y todo eso

Con la muerte por suicidio de Antonio Izquierdo en la cárcel de Badajoz se disipa algo la bruma de la España profunda. Esa España de Puerto Hurraco, del Sacamantecas, del piojo verde, del viaje a Las Hurdes, de la casa de Bernarda Alba, de El Lute y de Jarabo. Esa España beneficente, sentada en el cantil y deseosa de ajustes de cuentas. Esa España en la que todos éramos sospechosos de algo, no sabría decirles de qué, pero de algo, con moradores sin esperanza, de lutos y de silencios cómplices en las tabernas, con calles tortuosas y llenas de cascarrias. Esa España en la que las tradiciones se habían hecho religión y donde sólo se percibía el ladrido de los perros. La España de los concejos y las alquerías en aldeas asentadas en páramos, donde siempre había una casona entre olmos y que de ningún modo abría las celosías de las ventanas porque la Muerte se había instalado en su interior. Los vecinos cacereños de Caminomorisco, Pinofranqueado, Nuñomoral, Casares y Ladrillar observaron una vez, como si fueran figurantes en el rodaje de “Bienvenido Mister Marshall”, el paseo a caballo de Alfonso XIII y de Gregorio Marañón, o sea, ironías del destino, del que tomó las de Villadiego y de uno de los responsables del Pacto de San Sebastián. En otra ocasión, y entonces si que fueron protagonistas, participaron en un rodaje de Luis Buñuel. Pero, como escribe Alvite, “hay personas que lamentan haber nacido en un tiempo histórico equivocado y no se adaptan a la realidad en la que existen”.

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