martes, 6 de abril de 2010

Enredado en la hiedra

Aquel tipo decidió cancelar la cuenta del banco el día que receló que le cobrarían derechos de custodia por la confianza depositada. Con el dinero en sus bolsillos y armado de valor se acercó hasta la tienda de motocicletas para comprar un velomotor a plazos, el cual le permitiera circular un largo trecho hasta dar con un paraje en el que se encontraba el club de carretera. En cierta ocasión prestó las ruedas al cura para que la peana con el santo pudiera rodar por las calles del poblado durante la procesión. Los cofrades y las manolas con peineta sobre el colodrillo le estaban agradecidos. Como decía José Luis Alvite, “pertenecía a esa clase de hombre al que te parece que le debes algo”. Una mañana se largó con una raquera del club en el tren a Madrid. Se le perdió la pista. Como el velomotor no podía cargar con el equipaje, lo donó a la Cofradía para que pudiesen utilizar las ruedas durante los paseos de la imagen. Tumbado en la cama de una casa de huéspedes de la calle Hortaleza se percató de que la vida siempre se enreda en la hiedra. Y se quedó dormido sobre el cobertor de dril atesorando sapiencia.

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