jueves, 29 de abril de 2010

Una belleza muy particular

Hace un año, Daphne Todd se pasó tres días pintando el cadáver de su madre. En ese tiempo después de muerta hubo cambios en el cuerpo de la extinta. Dijo la pintora que "los cadáveres van cambiando. También las formas. El líquido que tienen dentro se dirige hacia los brazos a la altura del codo". Personalmente he visto en la prensa una foto del cuadro “Último retrato de madre”, que así se llama, y me ha causado una impresión difícil de describir. No hay livideces cadavéricas. Utiliza tonos cálidos y unos reflejos de luz magníficos, como en las pinturas de Sorolla, en los que la anciana apoya la cabeza y medio cuerpo sobre un almohadón oceánico. Tiene la boca abierta, los ojos cerrados, piel sobre huesos, nariz recta, tripa abultada y una pulsera hospitalaria en el brazo izquierdo. A Anne Mary Todd, que así se llamaba la difunta, le encuentro un raro parecido a esas cepas centenarias que han sobrevivido a la filoxera, a los gusanos blancos, a las polillas del racimo, a las termitas, a los ácaros tetraniquidos y a la acariosis. La señora Todd podría haber sido disecada sin esfuerzo del taxidermista. Y su hija, Daphne, se ha embolsado 25.000 libras esterlinas como finalista del premio BP. Lo importante ahora es conocer en qué pared puede colgarse el óleo sin que produzca desasosiego su contemplación. Según la pintora, “tenía una belleza muy particular”. No lo pongo en duda. Por algo se lo habrán gratificado. Lo que sucede es que hay hermosuras que mi vista no metaboliza. Algo similar a lo que le ocurre a mi perrillo con el chocolate.

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