sábado, 10 de abril de 2010

Viejas profesiones

Lo malo de las ancianas palanganeras es que no pasan de ser actrices de reparto. Recuerdo a una meretriz muy piadosa, que tenía despacho profesional en la sevillana Alameda de Hércules que, antes de saldar su encargo, rezaba con mucha devoción a una imagen de la Virgen, no sé si la Esperanza, la Macarena o cuál, que tenía enganchada en la empapelada pared del cuarto junto a una candelilla de aceite. Tras la plegaria de rigor, sucinta y ferviente, calaba dos dedos en el unto y se los deslizaba con la pereza de un caracol por sus partes nefandas para lubricar la galería de la pasión. Uno de aquellos dos histriones, el que pagaba la factura sin recargo de IVA, el que habitualmente regresaba a la calle derrotado en la liza, se lijaba el colodrillo con las uñas como anhelando poder entender su grotesca actuación sobre el proscenio. La anciana palanganera, que poseía insondables bandas de platisma en el degolladero y cuyo rostro reflejaba que le hubiese pasado por encima la rueda de un “jeep”, nunca se hacía preguntas. Conocía al dedillo el papel que le había correspondido en esta sociedad, pasaba desdeñosamente del cosmos y su único interés gravitaba en poder escuchar la radio, fumar pitillos mentolados, trincar ajenjo con mesura y sortear en la medida de lo posible la falta de profilaxis.

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