Miguel Ángel Aguilar en “El País”
y Marcello, el perrillo de Aurora Pavón, en “República.com”, ya buscan en sus respectivos catálogos custodiados con siete
llaves en el interior del hipotálamo al Mario Monti español, o sea, al nuevo
“Leopoldo” con cara de palo y hechuras de juez de la horca; a ese “Mesías” de
la cosa pública que levante alfombras y abra ventanas; al adalid que nos sirva
de guía y nos dé promesa de un cielo que nos tiene preparados… La esperanza es
lo último que se pierde. A Marcello le
vienen a la cabeza tres nombres: Ignacio Sánchez Galán, de Iberdrola; Pablo
Isla, de Inditex; y Manuel Pizarro, de Teruel. Y a Aguilar, Leopoldo Calvo-Sotelo y Bustelo, sobrino del
“protomártir” y marqués de la Ría
de Ribadeo, que está por encima de conde de Ribadeo, título nobiliario que
ostenta la duquesa de Alba. Leopoldo, autor de “Pláticas de familia”, “Papeles
de un cesante” y “Memoria viva de la Transición”, iba de segundo junto a Landelino
Lavilla cuando se produjo el desastre de UCD, la mayor calamidad histórica
desde la batalla de Cavite. Pero Miguel Ángel Aguilar es consciente de que
Leopoldo fue un político que tocaba muy bien el piano, pero el piano de 88
teclas, no el otro. A mi entender, ni Ignacio Sánchez ni Pablo Isla estarían por la labor de
meterse en ese jardín. Son inteligentes, conocen la “Ley de Murphy” y son conscientes de que si
algo puede salir mal, saldrá mal. El caso de Pizarro es distinto. Fue
presidente de la
Confederación Española de Cajas de Ahorro entre 1998 y 2002.
Lagarto, lagarto. Nada. No sirven. Hay que seguir buscando.
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