El artículo de Juan José Millás
en la contraportada de hoy en El País,
“Desarraigo”, parece como sacado de una película de Fellini, pero no es así, es
lo que sucede hoy en en el suburbano de
Madrid:
“Una mujer en el metro, con una maleta, y
otras cinco o seis la semana pasada. Viajan dentro de la ciudad. Quizás han
estado 15 días con un primo y ahora van a pasar dos meses en casa de una tía.
Tal vez han encontrado una habitación más barata en otro barrio, al que se
dirigen ahora. (…) Maletas como prótesis, de tela, a punto de reventar y
eviscerarse por la línea de la cremallera. En su interior, revuelta con la ropa
íntima, la sartén, el cazo, las fotos familiares, se agita una historia
familiar de desarraigo. (...) Hemos hecho turismo en los países de los que
ellas vienen. (…) Cuando vuelvan, si vuelven después de haber servido diez o
doce millones de cafés, quinientos mil gin-tonics
y doscientos mil platos del menú del día, serán turistas en su casa. Aquí son
mujeres que van de un lado a otro, en el metro, con una maleta”.
El artículo es más largo, pero
ahí dejo de muestra ese botón, que es como un punzón que un día aparece en una
playa como resto de un naufragio. Al final terminaremos todos en la diáspora,
como aconteció cuando perdimos la última batalla. Yo tengo un hijo que aprobó
en dos ocasiones la dura oposición a profesores de Secundaria por la Comunidad de Madrid. Y
le siguen llamando para hacer sustituciones en calidad de interino: ora en
Parla, ora en Torrejón, ora en Collado-Villalba… Necesita más puntos para poder consolidar plaza. Y cada fin de semana
le veo tomar la maleta un domingo por la tarde, meterse en un autobús infame
durante cuatro horas interminables, y al llegar a la Estación de Autobuses de la Avenida de América, tomar
varios metros o trenes de cercanías para llegar a su casa alquilada no se sabe
por cuanto tiempo.
“Han recorrido todas las líneas, podrían
recitar el nombre de las estaciones como una oración desesperada.
Valdeacederas, Tetuán, Cuatro Caminos… (…) En las estaciones donde no hay
ascensor o las escaleras mecánicas están estropeadas, suben y bajan las maletas
con la naturalidad con la que suben y bajan sus riñones, su corazón, su
páncreas. Son un Estado dentro del Estado, una nación encapsulada en la nación.
El Gobierno que preside Mariano
Rajoy cuenta a la rosa de los vientos que la economía de España mejora y hasta
es posible que hayan bajado las listas del desempleo. Los jóvenes se marchan al
extranjero con tropecientas carreras universitarias, en un vano intento de poder
ver una luz al final del túnel en el que nos han metido los mismos miserables
tipos fríos y calculadores que derramaron lágrimas de cocodrilo en el entierro
de Botín; mientras los españoles nos conformamos con cantar barcarolas y
en que, en los trenes de largo recorrido
camino de lugares distantes y con poco sol, no nos entre la carbonilla del
esplín en los ojos.
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